lunes, septiembre 27, 2010

No es en mi año. Alguien te tiene, no es en mi daño...

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por Rubén Bonifaz Nuño


No es en mi año. Alguien te tiene,
no es en mi daño. Y sin embargo
me daña en la duda lo que fuiste;
y así me acostumbro, y lo soporto,
y hasta parece que me place.

Ya sin despensas de futuro,
mutilado soy por mis desechos.
Y alegre de no vivir un día
más, me complazco porque ahora
estoy vivo. Me rasco, duermo.

De nada te vale, que, emboscado,
me chupe la hiel, y en copa de oro,
el veneno aquel que me serviste:
se me va olvidando ya el propósito
de recordarte, y ya me extraña
el haber sido quien te quiso.

Pero no sé qué me habrás dado
que me ardo de filos y herrumbres;
que anda curtido y enchilado
por aquí mi corazón, y llora.
Tan exigente en mí, tan áspera
sigues de tiránicos abrojos.

Aunque me emborracho por perderte
o me atiborro de estar hueco
de ti, para encontrar quién eras.

Uñas para rascarme alargo
insuficientes; y estos huesos,
ya sin su vestido, se me salen
y te los mando, y en tu almohada
los dientes pela, ojos redondos,
otra calavera que es la mía.

Y habrán germinado qué semillas;
cuánta mala hierba habrá crecido
que, hendido sus sílabas vetustas,
hace que salten mis palabras:
losas de pavimento rotas
en la ciudad que fue del canto.

domingo, septiembre 26, 2010

El borrachín



por Neil Hannon (The Divine Comedy)
(Traducción de Guillermo Vega Z.)

Soy la oscuridad en la luz.
Soy la siniestra en la diestra.
Soy lo correcto en lo equivocado.
Soy la corteza en la largueza.
Soy la bondad en la maldad.
Soy la cordura en la locura.
Soy la tristeza en la alegría.
Soy la ginebra en el borrachín.

Soy el fantasma en la máquina.
Soy el genio en el gen.
Soy la belleza en la bestia.
Soy la puesta de sol en el oriente.
Soy el rubí en el polvo.
Soy la confianza en la desconfianza.
Soy el caballo en Troya.
Soy la ginebra en el borrachín.

Soy la jaula vacía del tigre.
Soy el misterio de la página final.
Soy la mirada solitaria del extraño.
Soy la única oportunidad del héroe.
Soy la tierra sin descubrir.
Soy un solo grano de arena.
Soy el juguete de la mañana de Navidad.
Soy la ginebra en el borrachín.

Soy el mundo que nunca verás.
Soy el esclavo que nunca liberarás.
Soy la verdad que nunca sabrás.
Soy el lugar al que nunca irás.
Soy el sonido que nunca escucharás.
Soy la ruta que nunca recorrerás.
Soy la voluntad que no destruirás.
Soy la ginebra en el borrachín.

Soy la media verdad en la mentira.
Soy el porqué no en el porqué.
Soy el último tumbo del dado.
Soy la vieja escuela en la corbata.
Soy el espíritu en el cielo.
Soy el guardián en el centeno.
Soy el brillo en su ojo.
Soy Jeff Goldblum en "La mosca".

Bueno, ¿quién soy?

(Ver original en inglés)

sábado, septiembre 25, 2010

Vidas de los poetas

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por José Emilio Pacheco


En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras completas.

viernes, septiembre 24, 2010

Me dueles, desde luego

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por Guillermo Vega Zaragoza


Me dueles, mansamente,
insoportablemente, me dueles.
Jaime Sabines.
Dije que me dueles.
Te pienso y me dueles.
Me dueles como un nudo de gaviotas moribundas,
como debe dolerle al mundo el parto de un monte,
como un amanecer delineado en un vidrio húmedo.
¿Qué más puedo hacer sino llorar
como un juguete olvidado en el parque?

Me aferro a cualquier libro como una bandera
para faltarle el respeto a la nostalgia
y lo único que se me ocurre decir es que me dueles,
como un cuchillo clavado en la pierna,
como el hambre de un condenado,
como una llaga en el lado izquierdo del aire,
como la inmensa cañada que se abrió entre nosotros.

Este amor nuestro nos corta con sus dos filos,
nos hiere los costados desangrándonos en soledad.

jueves, septiembre 23, 2010

La enfermedad de la novela

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por Nuria Amat


(Tomado de El País)

El desprestigio que, desde el punto de vista de calidad literaria, sufre la novela tiene su origen, en parte, en las leyes devoradoras del mercado y en la banalidad que impregna la cultura de la sociedad moderna. Estas causas han hecho que se considere la novela como el más frívolo de los géneros literarios y que los novelistas seamos vistos y utilizados como marionetas mediáticas. Símbolos o marcas de una realidad social cada vez más ruidosa e impostada, dispuesta a servirse de la novela como trampolín publicitario de sus productos de mercado.

Años atrás hubo un momento en el que pareció que la novela de calidad podía ser tan mayoritariamente aceptada como lo era la novela de pasatiempo. Convivían, por así decir, dos clases de narrativa: la novela, a secas, y la otra, novela rosa, negra, folletinesca o de misterio. Si entonces se llegó a creer que la buena literatura podría tener una gran difusión, la realidad, salvo en contadas y escasas excepciones, no deja de decirnos día a día lo contrario. El mercado y los sistemas mediáticos, lejos de estar interesados en cuidar una literatura de calidad, se dedican a imponer y diseñar marcas de una novela única actuando como trituradores de novelas y novelistas. Animado por ganancias espléndidas y tentadoras, el escritor corre el peligro de escribir novelas de temáticas tan ajenas a su imaginario real que a la postre resulten falsas y tramposas. Los grandes temas (sexo, drogas, mujer, amor y violencia) se convierten en repetidos tópicos de los que a menudo echan mano ciertos narradores. Las novelas pastiche están a la orden del día. También aquellas que intentan parecer cultas y eruditas con tan sólo apoderarse de clásicos clichés y sonados argumentos narrativos. El síndrome Umberto Eco apuntó bien en su filón escritural y nos ha dado una saturación de novelas que integran elementos de la vida real (histórica, emocional o libresca) mezclados con la ficción (prosaica o policiaca). El éxito que, por encima de otros géneros literarios, sigue teniendo la novela y el dinero que todavía mueve este mercado impulsa a escritores y otros profesionales, ajenos en principio a la literatura de ficción, a escribir novelas con el único propósito de conseguir un público más amplio de lectores. Casi da vergüenza llamarse escritor cuando reporteros, futbolistas, actores, políticos y demás famosos se ven travestidos de la noche a la mañana en autores de libros. Para preservar la literatura de la contaminación ambiental, muchos autores optan por diversas formas de resistencia: la ironía, el silencio, la polémica o el exilio. De otra parte, el hecho de que cada vez existan más escritores que sean articulistas, profesores, catedráticos, críticos, etcétera, va transformando la narrativa en una literatura fronteriza bien hallada, al fin, en nuestro país, pero no siempre legítima y novedosa. La novela es en sí misma un género híbrido. Una forma mixta de escritura que como tal se presta a ser manipulada por intereses ajenos al medio literario. Todo lo cual no impide reconocer como hecho meritorio que nunca como ahora se den en el mundo tantos e importantes novelistas.

La literatura a la que me refiero está sujeta a un compromiso inevitable con el arte, con independencia de que sea o no una mercancía. Está escrita desde unos parámetros personales y estéticos nunca comerciales. Pero hoy en día hablar de estilo es ocioso. Citar a Proust o a George Eliot resulta prehistórico. De ahí la tendencia a colgar etiquetas a la novela con la finalidad soterrada de añadirle un valor estético del que a veces carece. Se habla de novelas líricas, realistas, poemáticas, metaliterarias, veinteañeras, históricas, autobiográficas y científicas. Cuando es sabido que toda novela buena no necesita adjetivos que la encasillen en un subgénero sacado a trasmano. El autor que se sabe responsable del compromiso con la verdad de su proyecto narrativo huye de definiciones y trata de mantenerse en su coto vedado de creación literaria. Este estado de caos y confusión, cuyas primeras manifestaciones se dieron hace ya algunos años, fue lo que impulsó a que una escritora de la talla de Marguerite Yourcernar dijese: '¿Acaso se escriben novelas? Yo no tengo la impresión de haberlas escrito'. Y ante la pregunta que le plantea su biógrafa: '¿Está usted dispuesta a acabar con lo novelesco?', la escritora responde: 'Yo no establezco diferencia entre novela y poesía'.

Algunos narradores ejemplares, ante la posibilidad de ser fichados comercialmente en cualquier tendencia narrativa, mantienen firme su identidad literaria, bien escribiendo contra el estilo o bien tratando de fundar uno propio, ya que todas las novelas escritas o por escribir no son más que variaciones de un puñado de arquetipos literarios. Lo que cuenta en definitiva es el acto de escritura a partir del cual cada novelista logra presentar su particular desacuerdo con el mundo. También ocurre que la adquisición de una fórmula o corriente narrativa impulsa a que ciertos narradores ataquen a aquellos que nadan en mares distintos a los suyos. Así, cada autor se convierte en enemigo de su contrario. Los hombres, de las mujeres. Los editores, de los autores. Los astutos, de los sabios. La continua muerte y resurrección que vive la novela permite y propicia esta clase de crímenes de pacotilla que las leyes devoradoras del mercado estimulan y sacralizan al punto de que las diatribas de los más feroces pueden convertirse en armas arrojadizas capaces de terminar con la energía de los escritores más valorados. El baile de máscaras que llega a ser el comercio de la literatura alienta a que algunos literatos se pronuncien en manifiestos individuales o colectivos en contra de la narrativa de ficción esgrimiendo como bandera de su causa el hecho de que contar una historia sea algo ya caduco, pues héroes, tramas, personajes y heroínas pertenecen al archivo histórico de la literatura. Sus argumentos van más allá cuando proponen que toda actividad en la escritura debería cesar, salvo, por supuesto, la que ejercen los propios detractores de la novela, defensores, por demás, de otro género literario con el que se sienten más afines. Hoy en día, esta actitud catastrofista, de tanto ser repetida, ha dejado ya de tomarse en serio. Sobre todo cuando aquellos encargados de dar sepultura a la novela son los primeros en ponerse a escribir otra nueva a las pocas horas de haberla sentenciado. La derrota y amenaza de silencio total y absoluto con la que algunos novelistas acompañamos la publicación de un libro nuevo obedece casi siempre a una crisis personal y creadora del escritor temeroso ante el circo promocional que se le viene encima y pone en evidencia una vez más que la llamada crisis de la novela es, en muchos casos, consecuencia de la crisis del cansado y desconcertado novelista. La literatura no está enferma. Todo lo más, sacudida y despreciada por un mercado devorador y carente de escrúpulos. Y cuando un escritor anuncia la muerte o agonía de la novela, cabe la posibilidad de que sea este escritor el que esté sufriendo un colapso en su fuerza creativa.

La novela reclama a sus autores nuevas formas de narrar. Y no resulta fácil encontrarlas. Al contrario de la uniformidad, simpleza y obediencia al canon publicitario que le exige el mercado del libro, el auténtico novelista trata de defender una actitud de firme independencia. Narrar es viajar de prestado. El novelista, como no tiene más remedio que resignarse a ser objeto de intercambio, lucha por mantenerse a flote en el mar de una literatura en la que cada Ulises navega en un viaje sin retorno. El poeta, a diferencia del novelista, conoce muy bien el reto que le exige la literatura. Desde el primer momento es un náufrago. Jamás se le ocurriría decir que la literatura ha muerto, porque sabe demasiado bien que este enunciado reflejaría su falta de inspiración. La voz del poeta es muda porque deja hablar a la verdad poética. Algo de este proceder de la vida de poeta deberíamos tomar de prestado novelistas y narradores con voluntad estética. El vicio solitario de la lectura es prueba significativa de que en el texto ocurre algo. Las novelas del siglo XIX eran muy descriptivas y tenían muchas páginas porque sus autores pertenecían a una cultura más paciente y ociosa que la nuestra. Ahora el cine ha venido a ocupar el lugar de la novela decimonónica. Pero cada novela propone su particular y original visión del mundo gracias a una pluralidad e intensidad de lenguajes que siempre han nutrido la literatura. Es en este sentido como puede seguir siendo una obra de arte.

El único tesoro

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Por José Emilio Pacheco

(La edad de las tinieblas, 2009)

De niño le dijeron: "Ahí donde termina el arco iris hay un tesoro". Desde entonces, cada vez que aparece la ilusión óptica, él busca aquel lugar mágico a sabiendas de que no hallará juntos los siete colores. En vez de cofres, joyas o monedas de oro encuentra mares de plástico, basura, cascos, latas y, de un tiempo a esta parte, muchos cuerpos decapitados".

No obstante, un arco iris lo lleva a otro. Él sigue buscando aunque sepa que lo aguarda siempre el desengaño. La esperanza, por absurda que sea, triunfa siempre contra la experiencia abrumadora.

*****

Es lo mismo con el amor.

martes, septiembre 21, 2010

Entrevista con Francisco Athié, director de la cinta "El baile de San Juan"

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Francisco Athié recrea las postrimerías de la Nueva España


Ya éramos un país que juega con las dos caras de la moneda

Por Guillermo Vega Zaragoza

(Publicado en el número de TOMA, Revista Mexicana de Cine, sep-oct 2010)

Para el director Francisco Athié, el cine todavía puede ser un trabajo de descubrimiento y de exploración, tanto para el cineasta como para el público. “El trabajo del artista es hacer preguntas, no necesariamente encontrar respuestas. Éstas vienen después, cuando observas todo terminado”. Por ello, afirma que lo más satisfactorio de la realización de la película El baile de San Juan ha sido el descubrimiento del tema y la investigación que hizo durante tres años, de 2004 a 2007, para encontrar la historia que quería contar en el celuloide. “Mi deber como director es plasmar una historia, no criticar la época ni las circunstancias sociales o históricas, sino simplemente contar una historia sobre las raíces de los mexicanos, que espero que contribuya a reflexionar acerca de dónde venimos, para saber quiénes somos actualmente y saber a dónde vamos”.

Con la experiencia adquirida luego de haber realizado películas como Lolo (1993), Fibra óptica (1998) y Vera (2003) Athié (México, 1956) se enfrentó a la tarea de “mover un elefante” con El baile de San Juan, a estrenarse en octubre de 2010, debido a la cantidad de recursos humanos, logísticos y financieros que fueron necesarios para su producción. Sin embargo, reconoce que “es igual de difícil hacer una película de cinco millones de pesos que de cincuenta millones de dólares; filmar es extremadamente difícil para cualquiera”, pues es necesario alinear todos los elementos —guión, financiamiento, productores, equipo de trabajo, actores, locaciones, vestuario…—para que estén listos a la hora de filmar.
En este caso se trata de su primera película de época, cuyo guión escribió el propio Athié, y fue financiada por inversionistas de tres países, además de México. Forma parte de los proyectos fílmicos de la Comisión Federal del Bicentenario y contó con apoyo de la Comisión Nacional para la Conmemoración de las Independencias de las Repúblicas Iberoamericanas, de España. Los productores son Arroba Films, Foprocine e Imcine, de México; Huit Et Plus Productions, de Francia; Iroko Films, de España, y Die Versilberte Eitelkeit, de Alemania.

Por otra parte, el elenco también es internacional. Figuran la francesa Arielle Dombasle, el italiano Marcello Mazarella, los españoles Antonio Rupérez y Pablo Paz, y los mexicanos Pedro Armendáriz Jr., José María de Tavira, Cassandra Cianguerotti, Juan Llaneras y Edna Necoechea, entre otros. La decisión de utilizar actores de diferentes procedencias tiene que ver con la necesidad de darle realismo a la recreación de la época, pues —esto lo descubrió Athié mientras investigaba para la película— las raíces de los mexicanos no son sólo española e indígena, sino también francesa, italiana, alemana y africana, que ha sido negada y rechazada. “No es sólo un prurito artístico sino un afán de verosimilitud. Los novohispanos hablaban y se comportaban como españoles, no como los mexicanos de hoy. Desde entonces los mexicanos somos más relajados, más fiesteros, cada quién agarra su relajo”, afirma durante la animada entrevista.

Entusiasmado, Athié relata el proceso que lo llevó a investigar sobre las raíces de la nación mexicana. Primero, encontró un libro sobre el Virreinato que hablaba acerca de la “herejía de San Gonzalo”, que había sucedido a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, pues corría el rumor de que la imagen de este santo hacía milagros a través de un baile comunal organizado por un sacristán indígena. El hecho escandalizó tanto a la Santa Inquisición y a la Corte que se abrió una investigación para decidir si el asunto era o no una herejía. Posteriormente, en un seminario de historia y en un libro de Alberto Dallal, a Athié se le “apareció el fantasma” del personaje de Jerónimo Marani, el coreógrafo de la corte virreinal. A partir de ahí decidió combinar la realidad con la ficción.

Marani fue un hombre importante culturalmente hablando, pero fue rechazado por sus ideas. Por ejemplo, se le ocurrió crear una coreografía sobre la Conquista, algo inédito para la época. Athié decidió incluir una escena con esa coreografia, pero no sabía qué música incluir. Fue entonces que conoció a la investigadora Luz María Robles y al maestro Eloy Cruz, especialista en música popular mexicana del siglo XVIII. Robles lo puso en contacto con el violinista Samuel Máynez Champion, quien en 2002 encontró en Rusia una partitura extraviada de Antonio Vivaldi, una obra titulada Moctezuma II. Sin embargo, el argumento no coincidía con la historia real, y Máynez lo corrigió y le puso diálogos en náhuatl y en maya.

En la cinta, uno de los testigos de los milagros de san Gonzalo es precisamente Pedro Giovanni, hijo ilegítimo de Marani y de la indígena Guadalupe, quien se enamora de Victoria, una joven rebelde de familia aristocrática, que queda embarazada. Mientras tanto, sin importarle el peligro de confirmar los rumores y ser detenido por la Inquisición, el virrey acude al “baile” para curar su impotencia. En el aspecto social, ya se barruntan los aires de la Independencia.

Uno de los aspectos principales de la cinta es la reconstrucción de los edificios, los vestuarios y las costumbres de la época. Athié se encontró con que no había rastros de cómo era México en el siglo XVIII, pues “muchas cosas se destruyeron, no hay libros, no hay imágenes, nada; por ejemplo, había muy poca evidencia de cómo era el interior de la corte virreinal”. Además, estaba el problema de los escenarios. Afortunadamente, en España encontró locaciones muy parecidas a lo que debió haber sido la Nueva España en el siglo XVIII, sobre todo en la ciudad de Ronda, en Málaga, donde, por cierto, surgió la Santa Inquisición. En el caso de la Ciudad de México, por otro lado, se tuvo que tomar en cuenta que en esa época el Palacio Nacional sólo tenía un piso. “A veces se nos olvida que para el siglo XVII la Nueva España ya es una sociedad sofisticada y que para finales del XVIII España es el país más rico del mundo”, señala el director, lo cual se refleja en la diversidad de orígenes y culturas que coinciden en México.

Además de esta búsqueda de las raíces, otro tema sobre el que gira la película es la dualidad. Todos los personajes juegan diferentes roles a la vez. “En México todo es doble. Desde entonces somos un país que todo el tiempo está jugando con las dos caras de la moneda: Xochipilli es San Gonzalo; un hombre puede sentirse español pero al mismo tiempo tiene raíces indígenas; un hombre puede andar con una mujer y también ser gay; una mujer puede ser virreina y estar frustrada; un virrey puede tener todo el poder y ser impotente; un sacerdote puede ser muy devoto y tener vida sexual”.

A Athié no le interesa repetir los clichés sobre la Conquista y la Colonia. No busca enseñar sino contar una historia: “Preferiría que se abriera una discusión para aceptar que nuestras raíces son múltiples y que el de México fue el primer y más grande experimento de mestizaje en la historia de la humanidad”. Asegura que a él le preocupa más que el público reflexione sobre las raíces de México que celebrar cumpleaños. Lamentablemente, dice, en la actualidad “hay una lucha abierta por la herencia, a ver quién se queda con el legad histórico: si somos más españoles o somos más indígenas; cuando en realidad deberíamos tener la responsabilidad de reconocernos como mestizos, juntarnos a festejar, olvidar rencillas y empezar desde ahora a preparar los festejos del tricentenario”.

lunes, septiembre 20, 2010

La mirada del asombro

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Ojalá pudiéramos ver (y transmitir a través de la literatura) siempre así, con esa mirada, como la de Chéjov:

"Se trata (la de Antón Chéjov) de una mirada joven, ingenua, curiosa, profundamente asombrada, absorta en descubrir y espiar los incontables aspectos extraños del mundo, sus incontables rarezas y extravagancias, las infinitas formas, imprevisibles y multicolores, que puede ofrecer el azar, las costumbres de los demás animales y las de los hombres. En eso radica la grandeza de Chéjov: sabe interpretar a los seres más dispares, ya se trate de perros, lobos, hombres o mujeres; a los ojos de todos ellos, el mundo puede parecer amigo o enemigo, afectuoso o terrible, pero resulta tan extraño que la mirada aventurada es, sobre todo, de asombro"

Natalia Ginzburg, Antón Chéjov, Editorial El Acantilado.

Tributo a Sabines en el Centro Cultural José Martí en el Centro Histórico

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La filósofa, la jinetera y el Comandante, de Fernando Reyes

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por Ignacio Trejo Fuentes


(Publicado en la revista Siempre!)

Acabo de leer una de las novelas más ingeniosas y divertidas de los últimos años en el panorama mexicano: La filósofa, la jinetera y el comandante, de Fernando Reyes.

Se trata de un complot para matar a balazos a Fidel Castro mientras da un discurso contra el imperialismo yanqui en la Tribuna Antiimperialista José Martí. La idea es de una ex historiadora y ahora jinetera (prostituta), mas luego se agregan al plan varias personas más, entre ellas dos mexicanos, una pretendida filósofa y un profesor de literatura. Nuestros paisanos han llegado a La Habana con propósitos distintos, aunque con el fin inmediato de sacudirse sus fantasmas, su soledad, la carencia de sucesos importantes en sus vidas: ambos son feos, y en consecuencia sus experiencias amatorias son casi nulas. La filósofa se asombra de la belleza y frondosidad de las cubanas, que contrastan con su nada agraciada figura regordeta y sus rasgos faciales poco afortunados. El profesor en su laberinto, el profesor no tiene quien le escriba, ni quien lo espere, ni quien lo cuide se atreverá a bailar por vez primera en su vida, por primera vez también tomará más de la cuenta y por primera vez será ésta la noche más feliz de su vida.

A través de las andanzas de ambos personajes, los lectores hacemos un recorrido por las calles de La Habana, por restaurantes y bares y burdeles disfrazados; conocemos gente que supongo prototípica, como los que venden ron hecho en casa a los turistas, y a los que quieren quitarle su dinero a costa de lo que sea, como las jineteras, que por veinte dólares pueden llevar a sus clientes al paraíso. La filósofa se hace amiga de una prostituta, y el profesor se hace llevar por la ciudad en un bicitaxi, cuyo conductor le descubre mundos ocultos de aquélla. Más tarde aparece un veracruzano, que se sumará al plan de asesinar al presidente cubano.

La novela es contada por varias voces, acertadamente manejadas por el autor: así, escuchamos el habla habanera, la veracruzana, la chilanga; la de los instruidos y la de los poco letrados. Escuchemos uno de esos registros:

"Mire usté, se va a llevar un cidí que te contiene los éxitos románticos de sus autores favoritos como lo son juan grabiel, joséjosé, robertocarlos, armandomanzanero, luimiguel y además en el mismo disco puede escuchar los jits del momento de sus artistas como son chaquira, chayán, alesíntex, talía y muchos más, también le traemos el cidí de la música para la relajación y la meditación con las más grandes obras de la música clásica que te contiene hermosas melodías como lo son el cascanueces de chacobsqui, el avemaría de chuber, la tocada en do menor de bach, la obertura de guillermo tel de rosini, la sinfonía no cuarenta de mósar y muchos otros éxitos, llévese uno por diez pesos o dos por quince, pa que no lo andes pagando a cientocincuenta en tiendas de autoservicio".

La pluralidad de voces narrativas hacen de la historia principal (el plan de matar a Castro) y de las subhistorias un abanico espléndido, y por eso aparecen frases como: "Vio a un dios esculpido por un dios mayor, un hombre en toda la extensión del deseo"; o: "Volaban literalmente sillas y mesas negras, entre tantos negros y negras en medio de una noche negra"; y: "Si ya me había desflorado un negro sin porvenir, lo conveniente era que mi porvenir no fuera negro".

E ideas como ésta: "Los grandes filósofos se dan en tierras gélidas, donde el ambiente es propicio para pensar. Quiso imaginarse a un filósofo cubano escribiendo sus ensayos en la playa de Guanabacoa, con unas bermudas anaranjadas, unos lentes para el sol, tomando una Bucanera helada, y mientras una mulata le unta bronceador, el pensador del Caribe redacta su primer tomo de El calor corporal como genealogía de la verdad".

Cabe decir que las voces narrativas se alternan en una suerte de breves capítulos, o sólo en párrafos, y eso confiere a La filósofa, la jinetera y el Comandante una agilidad notable. Además, como remate de algunos capítulos o secciones, se ofrece, en cursivas, y mediante una voz no identificable, una historia complementaria: como se ejecutará el crimen, cuáles son los mecanismos del arma, la trayectoria de la bala, su velocidad, etcétera: puedo asegurar que no hay desperdicio en ninguna página, y eso siempre lo agradecemos los lectores.

No exageré al decir, en la primera parte de esta reseña, que la novela de Fernando Reyes es una de las más divertidas e inteligentes de cuantas he leídos en los últimos años de autor mexicano: conjuga una trama por demás atractiva (el plan para asesinar a Fidel Castro) con un despliegue técnico notable.

Señalé que la historia principal y las múltiples subhistorias son narradas por diferentes voces: la filósofa, la jinetera, el profesor, el policía y muchos otros personajes; pero al final de cuentas no sabemos quién escribió la novela, quién se encargó de reunir aquellas voces. Y lo principal no sabemos a ciencia cierta quién es el muerto, aunque parece obvio que no es el Comandante, como habían calculado los complotistas. Esos ocultamientos, en vez de confundir al lector, aumentan su interés, porque debe poner mucho de su parte para atar los cabos sueltos, urdir su propia resolución al asunto y, así, hacer su propia novela.

Fernando Reyes rinde múltiples homenajes a la cultura "seria" y a la "popular": como no queriendo hace retruécanos, calambures a la manera de Guillermo Cabrera Infante, hace guiños a autores como José Lezama Lima, Gabriel García Márquez, José Donoso y José Emilio Pacheco; un par de veces inicia frases de este modo: "Antes de que anochezca, que es el título de la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas quien, como se sabe, fue víctima de la dictatura castrista". Pero también hay referencias musicales y cinematográficas cuyas fuentes no tienen necesidad de ser declaradas, pues el lector sagaz o más o menos enterado se remite a ellas con una sonrisa de complicidad.

Me interesa reiterar que aparte del complot para matar a Castro desfilan por la novela otras historias. La filósofa y el profesor mexicano muestran los estragos de su fealdad y su soledad, y en un terreno neutral como es La Habana, donde se dan casos completamente distintos de los suyos, no tienen más que admitir su desdicha, y se entregan por eso a desenfrenos: el profesor hace aflorar su latente homosexualidad. Y véase al policía encargado de impedir que se cuelen al hotel personas non gratas como las jineteras: esa es su cotidiana colaboración revolucionaria, pero vemos cómo tiene metida hasta el tuétano la idea de escaparse de la Isla para vislumbrar otras oportunidades; incluso está enamorado de una de las prostitutas a quien detiene con frecuencia, y al saberlo la esposa del guardia, determina unirse al plan para matar al Comandante.

¿Para qué detenernos en la desdicha de las prostitutas, incluso niñas, que se venden para mal comer? ¿O en la de los hombres dispuestos a hacer lo que sea con tal de hacerse de unos dólares? Todos (por lo menos los protagonistas de la obra) tienen un profundo rencor contra la situación del país, contra los gobernantes, contra la pobreza, contra la falta de libertades y aun contra sí mismos. La filósofa, la jinetera y el Comandante es en apariencia un carnaval, pero los comparsas son todo menos festivos, seres profundamente doloridos. Sin embargo, Fernando Reyes se cuida de no hacer sociología, no aplaude ni se rasga las vestiduras, tan sólo echa a andar las vicisitudes de sus personajes y éstas hablan por sí mismas: en todo caso es el lector quien se encarga de los juicios. (Sé, por otra parte, que Fernando tiene mucha simpatía por Cuba, por su cultura: ha hecho antologías de la literatura de aquel país).

Y no podía faltar el sesgo erótico: "Hay una boca dentro de ella, boca que lame, que mordisquea, que muerde amorosa, con una infantil lujuria, babosa, como pez en el agua, como agua en el pez esa boca la navega, la absorbe, se introduce, feliz Aleph, en la oscuridad de ella la lengua encuentra luz, la lengua separa, divide, fragmenta, se escabulle, encuentra miel y dulces amarguras, la lengua va y viene, la marea de los besos sube hasta la locura y los dientes se espuman de olvidos, nada más existe que la boca y ella, el pasado de ese monte venusino, el futuro es ciego como esa boca que sólo sabe de sabores, tantos sabores, brincos de la lengua y de ella también, sabor del otro lado de la luna, saber de todo en medio de dos piernas, nacer de nuevo, parto goloso, nacer en ella, de ella, una vida inédita nace entre unas piernas y una boca en ellas, nado sincronizado, manantial de magia, pequeños planetas atolondran los sentidos, y las bocas, ambas son bocas, empalman sus destinos, coinciden sus quimeras, se funden, se aprehenden, se apañan, son una sola en el malabar de la saliva, en el jardín de las delicias, y la lengua recorre cada círculo de ese espiral divino que otros llaman infierno".

Fernando Reyes, La filósofa, la jinetera y el Comandante.
Instituto Mexiquense de Cultura, México, 20010; 177 pp.

jueves, septiembre 16, 2010

Poesía, patria y otros actos de fe

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por Fernando Reyes

Patria: your surface is the gold of maize,
below, the palace of gold medallion kings,
your sky is filled with the heron's flight
and green lightning of parrots' wings

Aquí la patria es tan inasible, indefinible e indefendible como si se tratara de una canción de un cantante pop, que será traducida a varias lenguas para representar a México, aunque a la mayor parte de los mexicanos no les guste ni les transmita siquiera un poco de lo que cada uno concibe como patria. Aunque bien mirado el concepto de patria ha sido tan volátil como la portada de los libros de primaria o los discursos politiqueros con tono demagógico desgastado y nauseabundo. Desde Santa Anna y Porfirio Díaz hasta los priistas del finales del XX y los panistas del inicio del XXI, los dirigentes de la nación han utilizado a la Patria según sus más personales o partidistas conveniencias: la patria fue la esclava liberada, la india que soporta todas las injusticias, también la virgen sumisa –madre inmaculada-, la patria ha sido la moza que coquetea con propios y ajenos, o la mujerzuela que hay que tratar con mano dura, es la dama que nos abre puertas sociales y es la mujer moderna que compite internacionalmente.

Todos ellos mentaron a la patria. Mentada patria. En cada una de sus arengas públicas o privadas mencionaron ad nauseam a la señora, muy a su estilo, con sus particulares intereses. La patria es de los hombres y es también una mujer hecha hombre. El disfraz perfecto dentro de la política, aunque la palabra misma le quite el antifaz: la patria es mujer pero lleva el nombre del padre, si no habría sido Matria. Quizá de allí surgió el mito tautológico del famoso Padre de la Patria. Español-mexicano. Clérigo-civil. Humanista y guerrero. Con votos y con cuatro hijos. Del vino de consagrar al pocker. Icono de rebeldía y guadalupanismo. El padre de la patria es a la historia de México lo que la patria es al pueblo.

Cuando se decidió quién entraría al panteón de “los héroes que nos dieron patria” durante todo el XIX, Miguel Hidalgo se puso en entre dicho por ser un personaje polémico, contradictorio. Quizá esa misma humanidad, empero, y su vida literaria le dio el papel protagónico en la historia oficial. Es y ha sido el personaje más emblemático de la Independencia. En la memoria histórica del mexicano no aparecen ni los primeros intentos independentistas de Primo de Verdad en 1808; ni las conspiraciones de Abasolo o Aldama. A Porfirio Díaz le gustó el 15 de septiembre para conmemorar el Centenario de la Independencia, pues tal fecha era la de su cumpleaños. “Nos enseñan desde la escuela primaria a verlos como seres sagrados, intocables y nunca la parte humana…” dice Vicente Quirarte, que sabe muy bien de desmitificaciones.

Hidalgo ocupa el top ten de poetas que escribieron en torno a su figura. En su “Oda al 16 de septiembre”, considerado el primer poema independentista, Andrés Quintana Roo recuerda al “adalid primero, / el generoso Hidalgo ha perecido: / el término postrero / ver no le fue de la obra concedido”. Todo héroe tiene algo de mártir. La oda de Quintana Roo, con un epígrafe de Virgilio, contiene referencias tanto indígenas como grecorromanas o germánicas. Entre los humanistas ilustrados y los liberales reformistas, poetas, civiles (Lupemaría de la Garza Ferrer) e incluso militares (Luis García de Arellano, quien bautizó a Hidalgo como “Moisés del pueblo mexicano”) aludieron en sus versos al Cura libertador, al Grito y a Dolores.

En la corriente del Romanticismo, el insigne y valiente Guillermo Prieto , como buen poeta popular, versificó:Golpes suenan en la puerta, / en la puerta del cuarto, / golpes y voces que llaman / ansiosas al Cura Hidalgo”. Juan de Dios Peza escribe “¡Feliz todo el que en ti venere y ame / al Redentor del pueblo mejicano!”, refiriéndose al “noble anciano”, pues Hidalgo contaba con 57 años cuando no tuvo otro remedio que levantarse en armas en 1810 “¡Año de luz, de triunfos y de gloria / de dolor, de martirio y sufrimiento!”. Dentro de este movimiento romántico y liberal, Manuel Acuña, Vicente Riva Palacio y José Rosas Moreno, entre otros, se refirieron al Padre de la Patria y a otros héroes independentistas. En aquella época escribir sobre tópicos patrióticos e históricos no demeritaba en su prestigio literario; éste, bien diríamos, fue un concepto acuñado y asumido tiempo después, incluso después del Modernismo, pues poetas como Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y otros le cantaron a la Patria y a sus mártires. Allende las fronteras, desde Perú José Santos Chocano viene a recordarnos:

“Ciudadanos de México:
Vengo a contarles este día
la pagina más grande de la historia…”

La cúspide de poemas sobre el tema fue, por supuesto, La suave patria de Ramón López Velarde, sobre el que se ha escrito mucho y, a decir de Vicente Quirarte, se trata de “un poema aclamado a su muerte de manera inmediata, es un texto absolutamente revolucionario que rompe las fronteras entre lo urbano y lo rural y que ha sobrevivido a casi 90 años y al discurso patriotero para convertirse en un redescubrimiento de la patria”. Y agrega el doctor en letras: “…representa el momento de transición de Ramón López Velarde y lo perfilaba hacia una dirección nueva, no buscando una novedad estética y formal, sino que plasmaría en sus versos la zozobra del vaivén entre la religión y la sensualidad, de la figura del soltero y del tigre, al hombre solo”.

La suave patria fue escrito con motivo del primer centenario de la consumación de la Independencia, y publicado en 1921 (mismo año en que murió el poeta), en la revista El Maestro, dirigida por José Vasconcelos. Quizá ya hasta el periodo de los Contemporáneos decrece el fervor patrio. Gilberto Owen señala que la mayor parte de la poesía que pretende ser patriota acaba siendo “patriotera”.

Entre el callismo y el cardenismo comienza el llamado patriotero. La patria al servicio de todos, de todo. La patria nos saca de apuros: legitima, une, resarce, remienda, convoca. La patria, defendida por los insurgentes, por la milicia, incluso por la iglesia, por los poetas más conocidos y respetados en la historia de los mexicanos, la patria, hecha un himno nacional y un rimbombante poema, la patria, tan conceptual y abstracta, tan indefinible y polisémica, funcionaría desde entonces hasta la fecha para ser el comodín de dirigentes y gobernantes. Se fue convirtiendo en la hidra del cuento. Por, consecuencia, poco a poco, la poesía se fue haciendo patriotera, luego oficialista.

En este desgaste de discurso, exceso emblemático y maquiavélicas intensiones, la señora patria bien podría representarse como una mujer de la calle, ojerosa y pintada, cansada de tanto manoseo, vituperada, trasnochada, una moderna Santa cuyas carnes, otrora rozagantes, ahora reflejan que está ya bien entrada en sus tres siglos. Nadie se ha atrevido a simbolizar a la patria como una puta. Y si ya se atrevió no habrá quien lo haga público. El celo que existe histórico, político, social y hasta religioso por los símbolos patrios es de verdad una raíz arraigada con la fuerza del inframundo. No habrá quien la desarraigue, la desvirgue, al menos –repito- pública o institucionalmente. Recordemos el caso del poeta de Campeche, Sergio Witz, al que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le negó un amparo, desde el 5 de octubre de 2005, para evitar que se le sometiera a juicio por haber difundido el poema titulado "La patria entre mierda". La Corte avaló que se juzgue a Witz al respaldar la validez del artículo 191 del Código Penal, que sanciona el ultraje a los símbolos patrios. “Mas si osare un extraño enemigo”, manchar el nombre de la Patria nadie ni nada lo perdonará. Si alguien, religioso o militar, civil o -peor aún- poeta “quien tu nombre sagrado insultó” quedará condenado para siempre. O el reciente caso, que raya en lo ridículo, de una hamburguesa llamada “Texican Whooper” en cuyo promocional se puede ver a un cowboy muy norteamericano junto a un enano con máscara de luchador y vestido con un zarape decorado con la bandera mexicana bajo el eslogan "Unidos por el Destino". O el caso involuntario, como todo lo que hacía Vicente Fox, en que mutiló el escudo nacional para identificar la propaganda política de su sexenio

Amado Nervo, quien leyó en el hemiciclo de bosque su oda a “Los niños mártires de Chapultepec”, fue de los primeros que puso el dedo en la llaga: “¡Ay, infeliz México mío! / Mientras con raro desvarío / vas de una en otra convulsión, / del lado opuesto de tu río / te está mirando, hostil y frío / el ojo claro del sajón.” (“A México”, que quisiera comparar con “Avenida Juárez” de Huerta). En su poema “Mi México”, Nervo agrega: “Nací de una raza triste / de un país sin unidad / ni ideal ni patriotismo / mi optimismo / es tan sólo voluntad”. Llama la atención uno de los versos del primer poema: “Cese tu lucha fraticida”. Recordemos que la de la “Independencia” no ha sido la única batalla donde han muerto nuestros hermanos, desde el siglo XVIII hasta nuestros días ha corrido mucha sangre por nuestra patria (empleando aquí su acepción territorial).

A mediados del siglo XIX, Santa Anna convoca para la letra y música del Himno Nacional. Nuevamente el uso de la patria para fines de legitimación. El concurso lo gana González Bocanegra y el Himno contiene un fuerte tono bélico, pues recordemos que Bocanegra fue hijo de un oficial realista.

Mexicanos al grito de guerra

En sangrientos combates los viste

oh Patria querida! que el cielo
un soldado en cada hijo te dio.

en las olas de sangre empapad.
Guerra, guerra. En el monte, en el valle

tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.

Este sentido bélico de la patria es uno de los más gastados. La patria no la hacen los soldados, los ejércitos, las balas. Aunque se recuerde como un héroe ejemplar al “Pípila” (nuevamente el perfil literario), nadie borrará la masacre acaecida en la Alhóndiga de Granaditas. Patria o muerte quedó en otros contextos, en otros tiempos. Los héroes no asesinan, parafraseo a Guillermo Prieto. “La historia vista sin imaginación sería la historia del poder y la violencia” escribió Carlos Fuentes. A la historia no le debiera gustar la sangre por más cinematográfica que parezcan los cañones de Zaragoza, los allanamientos de Villa, las horcas durante la Bola, los fusilamientos cristeros. Nadie quiere oír Cananea, Tlatelolco, Atenco o Acteal. A los héroes ya no les queda la camisa roja y las banderas no se izan con fusiles. Los héroes visten color carne. Los héroes ya no visten sotana ni ostentan medallas. Son los de a pie, los que llevan nuestro apellido.”De mil héroes la Patria aquí fue” reza el mismo Himno. Los héroes forman parte de nuestra vida cotidiana. Los tenemos en las arterias: son las calles de la ciudad, los nombres de escuelas, de ciudades. “El héroe es una metáfora, y la metáfora se desgasta si no le infundimos nuevo vigor, si no adquiere, con nuevas lecturas, vida inédita” advierte Quirarte.

En este sentido de resemantización, los poetas dan su versión renovada de la patria. Rosas Moreno, poco estudiado como uno de los primeros escritores de literatura infantil, escribe en Un libro para mis hijos

La patria es también:

... el hogar doméstico, el amor de nuestros padres, el afecto de nuestros hermanos y de nuestros amigos, nuestras ilusiones, nuestros recuerdos, nuestros sueños y hasta nuestras desgracias, todo se une y se confunde...

La patria es donde están nuestros recuerdos, nuestros antepasados, es nuestra memoria histórica. “Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío”, dice el jerezano.

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;

Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Qué manera tan erótica de nombrar a la patria, “con la blusa corrida hasta la oreja / y la falda bajada hasta el huesito”. De esta manera sí se antoja la patria “con el bravío pecho / empitonando la camisa, han hecho / la lujuria y el ritmo de las horas”. Así dan ganas de cortejarla, de besarla, de corretearla “con matraca, /y entre los tiros de la policía”. Así de carne y hueso se abraza a la patria, no con doble cara, con máscara y mitos. No como una espada para herir, ni siquiera como escudo. No son héroes de mármol decimonónico o de plastimax vigesémico o virtuales para nuestros días. “Ay mentiroso pedestal. De los días aciagos / nada sustentas; un fugaz decoro solamente / una pisca de gloria…” escribe Jaime García Terrés en “Los hombres ilustres”, y concluye “la vida toda se aposente / sobre tus piedras ejemplares”.

Entre mitos, mentiras y escenas de cine y telenovela, la patria se desgasta. Se banaliza, se agota y no queda más que la ironía, el sarcasmo (cfr. Pineda) la versión simplista y la anécdota socarrona. Que si Hidalgo no tocó la campana, que si quienes lo fusilaron lloraron, que si Allende lo quiso envenenar. Entre el mito y la historia. “Ni él gritó ¨Vamos a matar españoles¨ ni matamos a ninguno aquella noche” parafrasea Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de López, una de las mejores historias independentistas noveladas, hay que recordárselo a todos los escritores que este año quisieron sacar, a como diera lugar, su novela histórica.

Todo poeta tiene necesidad de cantarle a su patria, de reconstruir su nación a través de las palabras, de nombrar a su gente y sus costumbres, de recordar sus valles y montañas, de traer al papel ríos y mares. Esto también es hacer patria. Es sanarla, levantarla y ayudarla a caminar. “Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria” dice Efraín Huerta, y con lágrimas de Cocodrilo agrega: “La patria es polvo y carne viva, / la patria debe ser, y no es, la patria / se la arrancan a uno del corazón / y el corazón se lo pisan sin ninguna piedad”.

José Emilio Pacheco, por su parte, confiesa: “No amo a mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible./ Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos,/ cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas,/ una ciudad deshecha, gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia, montañas, (y tres o cuatro ríos)”. La patria suena más a territorio que a abstracciones inasibles. Gritar patria en el extranjero nos traerá el aroma de las dalias y gladiolas, el nevado de Toluca, el Iztaccihuatl o el Pico de Orizaba mirados a lo lejos, el sabor del tequila, el pulque y un pozole; las caricias y besos de la madre, de la amada o de los hijos, el “Huapango” de Pablo Moncayo o “Sensemayá” de Silvestre Revueltas. Quizá por tales razones de la piel los mexicanos mezclan en su memoria histórica “La noche de los mayas” de Revueltas con la “Sinfonía india” de Carlos Chávez con “Balada mexicana” o “Estrellita” de Manuel M. Ponce con “Vals sobre las olas” de Juventino Rosas. O en nuestros días, “Nuevo canto mexicano” de José Delgado Azorín. Y el poema de Vicente Riva Palacio “Adiós, mamá Carlota” lo hacen canción, y “Dios nunca muere” se convierte en himno. Y “La cucaracha” y “La Adelita” dan identidad, lo mismo que “Bésame mucho” de Consuelo Velázquez o “Cielito lindo” de Quirino Mendoza, una canción que cumplirá 130 años. De allí sólo hay un paso para “Ay, Jalisco no te rajes” de Manuel Esperón, “Camino de Guanajuato” de José Alfredo Jiménez, “El sinaloense” de Severiano Briseño, “Caminos de Michoacán” de Felipe Arriaga, “Veracruz” de Agustín Lara, “Caminante del Mayab” de Guty Cárdenas (con letra de Antonio Médiz Bolio), de la tierra del faisán y del venado es también Ricardo López Méndez (más conocido como compositor que como poeta), quien escribió el poema clásico tan popular como patriota, “México, creo en ti”, donde –además de acercarse a una psicología nacional- menciona términos como cosecha, bosque, montaña, agua, tierra, barro, jarro.

Poesía y cinco sentido nos recordó Borges, aquel poeta, mal considerado reaccionario, aquel quien inventó un mundo donde no existe la política, ni la historia, ni la religión, ni la verdad sino el asombro, aquel poeta escribió que “la patria es un acto de fe”, como es el caso de los versos de López Méndez. Sólo se puede creer lo que se vive como las flores de Netzahualcóyotl, la musicalidad de Sor Juana, las sandías de Tablada, el trópico de Pellicer, el agua de Gorostiza, las piedras de Paz, los animales de Lizalde.

En su “Tlatelolco 68”, después de denunciar a detalle la masacre estudiantil, Sabines concluye su poema así:

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construye la patria de nuestros sueños.

Nuevamente el verdadero rescate de la patria vía la sangre, pero la sangre dentro del cuerpo y fuera de él, derramada en nombre de aquélla, en nombre del respeto a las instituciones, en nombre del estado de derecho. En el Castillo donde durmió Maximiliano, donde unos niños defendieron –con sangre, por supuesto- el nombre de la patria, allí, ahora, en el 2010 se exhiben las fotos del ejército y no las del archivo Casasola. Hace unos días, el mandatario en curso habló de los mexicanos y la lucha que libra para acabar con los enemigos, habló de la sangre derramada en nombre de la seguridad, y mencionó, claro, gestas heroicas y mártires patriotas. El héroe siempre tendrá algo de mártir, dicen los mitólogos. Para un pueblo que dignifica la culpa, la victimización y el martirio, a muchos les quedará bien el saco de la patria. Ésta puede hacer las veces de justicia, libertad, dignidad, equidad, progreso y otros valores sociales y políticos que están a la baja en nuestros días. Un discurso a la medida de sus intenciones. Legitimación en el nombre de la susodicha. “Éste es el inicio del tricentenario”, dijo sugiriendo una comparación. El jefe del ejecutivo, siempre parodiado con un traje de militar, concluyó su discurso en televisión, no entre el pueblo, colgándose de la señora ésa que salía en los libros de primaria: “Una patria que cumpla su promesa de un futuro mejor para sus hijos”. Las madres de los jóvenes, estudiantes, y soldados muertos quizá no entiendan ese tipo de patria.

“Y entonces –se pregunta Bonifaz Nuño- ¿por qué lado / a qué nopal me acojo, con qué espinas / me coso el alma al hueso, y en qué chile / me curto el corazón para mañana?”, versos del poema “La mazorca”. Aquí comienzan las respuestas, en el origen, como plantearon y plantaron la semilla los hombres del maíz del Popol Vuh y las cosmogonía de Quetzalcóatl. Así, algunos poetas traducen patria como maíz, como el “Poema visto en una mazorca” de Alberto Blanco: “Los granos de maíz / son nuestra vida, / la hoja del elote / es nuestra mortaja, / y el tallo de la mazorca / es nuestra patria”.

La patria se debe traducir, se debe actualizar estéticamente. Patria reloaded. La patria son las palabras, nuestra lengua y el habla, Son las lenguas que se escuchan en los desiertos del norte y en las selvas del sur. Para finalizar, me toca a mí traducir los versos primeros de este ensayo, los cuales, a su vez, yo ayudé a una estudiante neozelandesa a traducir al inglés, quien les puedo jurar que no se trata de una “Miss Texas”, ni una de esas “millonarias neuróticas cien veces divorciadas” que cita Efraín Huerta. Esperemos que no llegue el día en que nos invadan “las tribus espigadas, la barbarie en persona” ni “los gansters” ni “los políticos pelícanos de Louisiana”, que augura el Cocodrilo.

Los versos son del vate jerezano quien escribió su magnánimo poema, asegura Salvador Alvarado, en una cantina La Rambla, hasta hace poco tiempo ubicada en la esquina de Avenida Chapultepec y Bucareli, en la ciudad de México. Quirarte, por su lado, indica que La suave patria le llevó a Velarde mucho tiempo para sus correcciones. El poema, considerado como “revolucionario y demócrata” es sobre todo “el redescubrimiento de la patria como ciudadana, camarada y compañera; no la madrastra rígida y autoritaria en que se había convertido”.

Éstos son los versos que al inicio de mi texto suenan fuera de lugar, inasibles, indefinibles y ahora los versos se desgranan como el maíz, ese sonido hacen, así huelen, así se miran diente por diente, así saben.

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

(Texto leído en el ciclo "Miradas desde la pariferia" Casa Universitaria del Libro. UNAM, 10 de septiembre de 2010)

miércoles, septiembre 15, 2010

Para dejar de ser mexicanos

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por Guillermo Vega Zaragoza

(Publicado en Trinchera. Política y Cultura, Edición Especial, 15 de septiembre de 2010. Se pueden bajar la revista completa desde scribd.com)

A propósito de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, mucho se ha escrito para criticar, denostar y vilipendiar (poco en realidad para ensalzar) el programa del gobierno federal para conmemorar estas fechas; significativas, sí, para recordar y celebrar, pero sobre todo que deberían servirnos para reflexionar acerca de la nación que somos, cómo hemos llegado a serlo y qué queremos ser en el futuro.

También han aparecido muchas novelas sobre personajes históricos que buscan “humanizar” a los próceres nacionales, bajarlos del pedestal y mostrar una faceta alejada de la estampita y los libros de texto. Otros volúmenes hay que se preocupan por hacer una revisión de la historia oficial, tratando de equilibrar los hechos, los mitos y las mentiras. Entre estas obras destacan varias, tales como Arma la historia. La nación mexicana a través de dos siglos, coordinado por Enrique Florescano, (Grijalbo, 2009); Contra la historia oficial, de José Antonio Crespo (Debate, 2009); La culpa de México. La invención de un país entre dos guerras, de Pedro Ángel Palou (Norma, 2009); Mitos de la historia mexicana: de Hidalgo a Zedillo, de Alejandro Rosas (Planeta, 2006); Las mentiras de mis maestros, de Luis González de Alba (Cal y Arena, 2002), El Gatuperio. Omisiones, mitos y mentiras de la historia oficial, de Juan Miguel de Mora (Siglo XXI, 1993), e incluso la Nueva Historia Mínima de México (El Colegio de México, 2004).

Sin embargo, poca atención se le ha dado en el medio cultural (y no se diga en los medios masivos de comunicación) a un libro que está llamado a convertirse en el sucesor de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, como referencia para entender lo que somos los mexicanos a principios del nuevo milenio. Se titula La increíble hazaña de ser mexicano, de Heriberto Yépez. Quizá este desaire se deba a la poco afortunada portada, e incluso al subtítulo, que intenta jugar con el formato de los llamados “libros de autoayuda” (“Una obra de superación nacional para reír y pensar”, ocurrencia debida, quizá, a los genios mercadólogos de la editorial).O, a lo mejor, simplemente se deba a que su contenido es sumamente incómodo de aceptar para cualquier persona que en sus documentos de identidad aparezca la “mexicana” como nacionalidad.

En efecto. Yépez es un escritor, filósofo y psicoterapeuta avecindado en Tijuana. Desde ahí ha tenido la oportunidad de avistar lo mejor y lo peor de México y Estados Unidos; ha diseccionado lo mejor y lo peor de ambos países, las taras y monstruos en los dos lados de la frontera. Por ejemplo, en El imperio de la neomemoria (Almadía, 2007) —por mencionar un volumen de su amplia bibliografía, que abarca la novela, la poesía, el ensayo y la traducción— diseccionó el sistema de recuerdos colectivos que le ha permitido mantener la ilusión de unidad a una nación de migrantes como los Estados Unidos. Ahora, en La hazaña… se dio a la tarea de analizar la psicohistoria de una nación que se resquebraja por su propia inercia: la inercia de persistir en ser lo que, desde el poder, le han dicho que debe ser “el mexicano”, porque “como México no hay dos” (afortunadamente), y “qué le vamos a hacer, así somos y ni modo, compadre”.

En efecto, Yépez adopta, irónicamente y como instrumento para acercar al lector, la forma del “manual de superación personal”. Pero sólo en apariencia. Muy pronto apela directamente a su interlocutor y lo increpa, sin concesiones: “No estoy aquí para agradar a nadie… Si deseas una recomendación amistosa, no pierdas tu tiempo tratando de huir de lo que ya es evidente: el mexicano es la causa principal de su propia miseria. Él mismo es quien a cada instante reinstala en su ser el aparato autoritario (destartalado) que lo mantiene insatisfecho y miserable”.

El autor no deja títere con cabeza. Uno a uno va destazando los “misterios del alma mexicana”, esos a los que apelan con tanto entusiasmo los políticos y locutores de televisión: que somos “la raza del maíz”; que somos sufridores y aguantadores; que respetamos a la madrecita santa y somos bien desmadrosos; que le tenemos miedo al cambio, pero somos bien querendones; que de todo nos reímos, pero somos bien pendejos; que le rendimos culto a la máscara, al Santo y a Pedro Infante; que privilegiamos la falta de lógica y sentido común para hacer las cosas; que nos persiguen las tragedias históricas; que no sabemos el origen de la violencia y la inseguridad, y que no hemos podido erradicar al priísta que todos llevamos dentro y que es el germen del sistema autoritario que aún nos gobierna.

“La miseria económica y la descomposición social se extienden con celeridad; el retraso de todas nuestras estructuras se ha hecho evidente para todos. Indagar exactamente a qué se debe la decadencia de nuestra sociedad es nuestro problema más urgente”, alerta Yépez, y nos muestra el resultado y síntesis de su paulatina investigación a través de la psicoterapia, la sociología, la antropología, la literatura, la filosofía y la vida cotidiana.

En principio, el “viejo mexicano”, como lo llama Yépez, es un ser escindido, que vive atado al pasado en lugar de vivir en el presente; que tiene miedo de cambiar porque le han dicho que todo aquel que busca el cambio, que busca sobresalir, no puede ser bueno; que es mejor ser pobre y puro que exitoso e impuro (no por nada el personaje mexicano por antonomasia es un luchador enmascarado que se llama El Santo). Este tipo de mexicano que somos actualmente es producto de los setenta años de dominio del PRI. Desde luego, los orígenes se encuentran en las raíces de nuestra nacionalidad: el encuentro entre europeos e indígenas americanos.

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Yépez no se retrasa en revisar las obras de otros autores que han analizado ese algo que se ha dado en llamar “la filosofía de lo mexicano”, desde Samuel Ramos hasta Roger Bartra, pasando desde luego por Paz, pero detrás de sus agudas observaciones y reflexiones está presente la crítica a esas visiones estáticas y ya poco útiles acerca del “ser del mexicano”. Además, a diferencia de todas esas obras filosóficas o antropológicas que solamente se dedican a describir y criticar nuestra forma de ser pero sin aportar soluciones, el libro de Yépez plantea puntos específicos sobre los cuales el mexicano, si quiere dejar de serlo, debe empezar a trabajar de inmediato para modificar su realidad. El primer paso: aceptar voluntariamente su autoaniquilación. Es decir, emprender un verdadero cambio de valores y creencias para convertirse en un “nuevo mexicano”, “posmexicano” o metamexicano”, como quiera llamársele. Yépez pone el dedo en las llagas más lacerantes: la solución pasa, inevitablemente, por la educación y la autocrítica, por el dejar de echarle la culpa a los demás (al gobierno, a los políticos, a los partidos, a los gringos, a la globalización, al vecino, a Dios… a lo que sea, pero nunca a uno mismo) y emprender un proceso de renovación auténtica, que es posible, pero que va a costar mucho trabajo.

Yépez se lanza aún más allá de lo planteado por José Vasconcelos (no por casualidad al mismo tiempo han aparecido tres conferencias dictadas por el autor de Ulises criollo en Estados Unidos en 1926, traducidas por el propio Yépez y publicadas por Almadía bajo el título de La otra raza cósmica). Afirma: “Lo que el nuevo mexicano profundo desea es inventar una civilización sin fronteras. La primera civilización continental. Lo que el nuevo mexicano desea es ser el primer hombre continental americano. Para hacerlo, necesita hacer una seria labor autocrítica en que localizará todos sus rasgos rígidos que no obedecen a los desafíos del presente sino a las inercias heredadas, que no siguen a las percepciones de la realidad actual sino a los sentimientos acumulados. Abandonará todo aquello que es memoria por aquello que es ahora”.

Se puede estar o no de acuerdo con lo planteado y propuesto por Yépez, pero no se puede permanecer impasible ante su exigencia de reflexión y autocrítica. No es agradable la lectura de este libro y al mismo tiempo no deja de ser fascinante. Aquel que no se sienta aludido en un 99 por ciento se deberá a que es noruego o birmano, o simple y sencillamente a que no quiere reconocer que la raíz de nuestros problemas somos nosotros mismos, y que la única forma de resolverlos es dejando de ser mexicanos —“mexicanos” como lo entendemos hasta ahora— y convertirnos en un nuevo tipo de mexicano, en el “nuevo mexicano”.

No exagero cuando digo que tanto el autor como la editorial deberían renunciar a sus ganancias y aceptar la distribución masiva de este libro por todos los medios posibles para hacerlo llegar a todo aquel habitante de este país que sepa leer. En lugar de andar enviando banderitas y organizando espectáculos derrochadores, deberíamos armar una pira gigantesca donde inmolemos nuestros miedos, nuestras taras y nuestras culpas y resurjamos del fuego como una nueva raza, más íntegra y valiente, más justa y tolerante; en suma, que viva el hoy y sea feliz. Habrá que ver si tenemos las agallas de lograrlo.

martes, septiembre 14, 2010

La patria del poeta

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por Guillermo Vega Zaragoza


esto de la poesía
es como tratar de definir la patria

¿cuál es la patria del poeta?

el lenguaje
........................por supuesto

una patria sin más territorio
que los ojos

sin más ejército
que las letras

sin más leyes
que las de cada poeta

es la república perfecta

casi como el cielo
donde cada poeta es el demonio

casi como el infierno
donde cada poeta es dios

sábado, septiembre 11, 2010

El escritor y el profesor

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Por Hanif Kureishi


Escribir una obra que merezca la pena requiere tiempo y esfuerzo. En el camino, el autor ha de escuchar a otros.

Si es cierto, como he leído en algún sitio, que en cualquier momento hay al menos un 2% de la población que está escribiendo una novela, entonces, lo que muchos de los interrogantes sobre los cursos de "escritura creativa" y su rápida proliferación en épocas recientes se plantean es, en realidad, para qué necesitamos a otras personas. ¿Escribir es algo que uno hace a solas, o necesita a otros que le ayuden? Uno puede tener conversaciones útiles pero repetitivas consigo mismo, y puede obtener placer sexual por su cuenta, aunque tal vez sería alarmante que asegurase que ha hecho el amor consigo mismo. Se supone, en general, que la conversación y el sexo son más productivos e impredecibles con otros. Varias de las formas artísticas más importantes del siglo XX -jazz, pop, cine- son fruto de colaboraciones. ¿La escritura es como ellas, o es una cosa completamente distinta? Algunos se hacen escritores porque quieren ser independientes; no quieren ni ser competitivos ni depender de otros. Para ellos, escribir es un proceso de exploración de sí mismos totalmente personal, una forma de estar solos, de reflexionar sobre su vida y quizá de esconderse, mientras hablan con alguien que está en su cabeza. Y desde luego, sin cierta pasión por la soledad, ningún escritor es capaz de soportar la tediosa obsesión de esta profesión. Pero la cosa no acaba ahí, en soledad. Algunos estudiantes, sobre todo al principio, cuando empiezan a escribir, tienden a enseñar su trabajo a amigos y, a veces, a familiares, como manera de informarles de unas cuantas verdades pero también con la esperanza de que su reacción les sea útil. Sin embargo, por mucho que al lector bienintencionado le pueda gustar el texto, no por eso va a poseer el vocabulario necesario para expresarlo de forma útil, para decir algo que pueda ayudar a progresar al escritor. La amabilidad puede consolar mucho, pero no siempre sirve de inspiración.

Los hombres y las mujeres siempre han buscado formas de mejorar, modificar o transformar sus estados de ánimo, mediante el empleo de hierbas, nicotina, alcohol y drogas, además de descargas eléctricas a través del cráneo, opio, baños, tónicos, libros y conversación (en el siglo XVIII llegó a ser popular el "cordial de perla" -perla pulverizada- como supuesta cura para la depresión). No hay motivo para que el ejercicio de la escritura no pueda ayudar a una persona a ver lo que tiene dentro y a organizar y profundizar sus ideas de quién es. También lo hace la lectura, que proporciona un vocabulario de ideas que uno puede utilizar para contemplar su vida con nuevos ojos. Pero un profesor de escritura no es un psicoanalista dispuesto a escuchar con paciencia cómo florece el inconsciente a través de la libre asociación o los sueños, y el estudiante se extrañaría si viera a su profesor más dispuesto a curar que a instruir. Cuando es necesario, y suele serlo, el profesor tiene que enseñar, transmitir información sobre estructura, voz, punto de vista, contraste, personajes, la disciplina de escribir. Y, sobre todo cuando se enfrenta a una masa de trabajo que no puede comprender y que no sabe cómo abordar -algo especialmente horrible para un profesor que quizá piense, equivocadamente, que debe entender todo y a toda velocidad-, tal vez puede utilizar algo parecido a un método socrático. Haciendo muchas preguntas, puede devolver al alumno su trabajo con otro aspecto, al mismo tiempo más claro y más confuso. Los estudiantes, muchas veces, no saben qué decir cuando se les pregunta qué significa una imagen concreta o un diálogo determinado, no saben si cumple la función que creen que cumple. Quizás es productivo escribir desde el inconsciente, donde el mundo es más extraño y tiene menos limitaciones, pero también es preciso valorar luego el trabajo de forma racional. Y parte de ello consiste en hablar de él. Un estudiante de cine, en un corto que había rodado, había colocado a dos hombres jóvenes en un banco de un parque, donde les había filmado por detrás, con una toma de sus nucas, durante varios minutos. Cuando le pregunté por qué era una toma tan sostenida, me respondió que el momento -un momento considerable, en mi opinión- representaba "la muerte". Dijo que quería que el espectador, en ese instante de la película, pensara en su propia muerte. Siempre dispuesto a discutir, pero intentando mantener la calma y recordándome a mí mismo que enseñar era un oficio noble, dije que no podía comprender cómo pensaba que el público iba a dar el salto de la imagen que les presentaba a esa idea. Él pareció entender que necesitaba unas imágenes más vívidas y certeras para transmitir lo que quería decir. También le fue útil que le dijera que necesitaba desarrollar una sensación de historia, y no juntar unas escenas con otras con la esperanza de que el público advirtiera la conexión. En una obra, si todo lo demás falla -por ejemplo, el humor, o la fascinación de los personajes-, la historia puede mantener por sí sola el interés del lector, como pasa en los culebrones. A este estudiante también le habría sido beneficioso el contacto con voces más autorizadas, otros artistas y poetas muertos, de los que podría haber aprendido soluciones más imaginativas para su intento de transmitir su mundo interior al exterior. Es asombroso que a los alumnos no se les suela enseñar a ver la relación que hay entre el estudio de otros artistas y su propio trabajo. Tomar prestada una voz o probar voces nuevas no es lo mismo que adquirir una propia, pero es un paso en esa dirección. Lo que uno roba se convierte en suyo cuando lo modifica de forma creativa. Dado que un artista se nutre prácticamente de todo, una educación humanística amplia, una especie de curso base que incluyera religión, psicología y literatura, sería un complemento muy útil para cualquier curso de escritura.

Las conversaciones con el profesor deben servir para que el alumno se haga una idea de lo que puede pensar un lector corriente de su obra y tenga siempre presente que, en definitiva, escribe para otros. Los escritores no son exhibicionistas, sino animadores. Y esas conversaciones deben dar también al estudiante una idea de lo que pretende decir. El estudiante también puede adquirir esa claridad, junto con ideas nuevas, al trabajar con otros escritores en grupo. Aunque en general es preferible la enseñanza individual concentrada -la mayoría de los consejos sobre la escritura son demasiado generales y del tipo "escribe sobre cosas que sabes"-, la ventaja del grupo es que cada estudiante tiene la oportunidad de oír una variedad de críticas y sugerencias, algunas absurdas y otras muy valiosas. Los alumnos aprenden unos de otros. Otra modalidad es que los alumnos trabajen por parejas, leyéndose sus textos mutuamente, aunque eso no es fácil cuando se trata de obras más largas, y difícil de mantener durante todo el tiempo que puede tardarse en completar una obra de tamaño decente. Lo que hay que tener en cuenta es que el lector orienta al escritor, y éste debe ser consciente de que sólo existe en relación con aquel cuya atención solicita. El lector o espectador debe quedar convencido de que el escritor es competente y ver que su obra es verosímil y que se puede creer sin problemas. Lo que el escritor quiere es que el lector se sienta como se ha sentido él.

Al intentar escribir uno tiene que cometer algunos errores, errores que engendrarán buenas ideas, que harán sitio a más inspiración. Y hay otros errores que conviene evitar, aunque a veces es difícil distinguir entre los dos. Lo que quizá lo aclare es pensar qué ocurre cuando el escritor se bloquea, se queda atascado. Una alumna mía quería contar una historia en la voz de una niña de siete años. Como es de imaginar, le estaba resultando extraordinariamente difícil, y eso la tenía bloqueada (las cosas que uno tiene más prisas por decir pueden no ayudar a que el texto sea mejor). Con su empeño en ocupar un punto de vista que le era prácticamente imposible, estaba consiguiendo escribir poco y empezaba a desanimarse. Un buen consejo para ella habría sido que intentara contar la historia desde otra perspectiva o trabajar en otra cosa durante un tiempo, antes de volver a su idea original. Tal vez tendría que aprender a esperar la aparición de una idea mejor. Y esa cuestión de esperar, para un escritor, es muy importante. Una idea buena puede surgir de pronto, pero para desarrollarla o probarla hace falta el tiempo que hace falta. A quienes rodean al autor puede parecerles que hace poca cosa, se limita a estar tirado en el sofá con la mirada perdida o dar largos paseos (no cabe duda de que Charles Dickens estaba escribiendo cuando paseaba). A lo mejor es en esos momentos cuando se le ocurren las buenas ideas -un libro no está formado por una gran inspiración, sino por muchas pequeñas-, así que debe acostumbrarse a ser culpable de una indolencia fecunda.

La escritura y la vida no son cosas aparte, aunque pueden estar separadas y, en general, el profesor tiene la tarea de abordar la escritura como una entidad independiente. Sin embargo, con frecuencia, un estudiante utiliza la escritura para meditar sobre su vida, de modo que lo que le muestra al profesor es un problema.

Una mujer decide escribir sobre su madre pero se encuentra abrumada por la pena y los sufrimientos. Sigue adelante, pero se detiene, aterrada de lo que puede querer decir. Al final tiene que decidir si quiere seguir o no con ese tema tan doloroso pero fundamental. Quizá prefiera escribir sobre otra cosa. O tal vez necesite descubrir si es capaz de afrontar ese asunto tan difícil. Y también puede pensar: ¿escribir es una forma de aplacar el terror, o de crearlo? Vemos que en este caso la escritora es el material; el poema es la persona. Son la misma cosa. De aquí se deriva que una de las angustias del escritor es el miedo a lo que sus palabras pueden hacerles a otros y lo que otros pueden hacerle a él si dice lo que piensa, aunque sea de forma ficticia. Como siempre hay ciertas ideas que se prohíben o se frenan en las familias -y en todas las instituciones-, casi todos los adultos, aunque sea de manera inconsciente, tienen miedo de expresar lo que piensan sobre determinados hechos. Temen que les acusen de traición y les castiguen, cosas muy posibles. Por lo tanto, deben preguntarse si van a poder soportarlo. Por otra parte, puede ser que exista una verdad personal concreta y que eso sea lo que el escritor desea revelar por encima de todo, y eso crea un conflicto insoportable que le hace bloquearse. Si un alumno no puede escribir más que monólogos deprimentes al final de los cuales el orador se suicida, uno tiene que preguntarse, no sólo sobre el estado de ánimo del autor, sino también por qué no hay más personajes en la obra, por qué no se oyen otras voces. En el caso del que hablo, era evidente que este alumno -que había estado ingresado en instituciones psiquiátricas en las que le habían hecho poco caso- me estaba mostrando algo que me tenía que tomar en serio y sobre lo que debía reflexionar. Era inquietante, y no me fue fácil ver cómo avanzar. Al final le convencí de que introdujera otros personajes para convertirlo más en una conversación. La verdad es que, al cabo de unas semanas, fue capaz de hacerlo, aunque los suicidios continuaron. Comprendí que, cuando por fin estaba a punto de abordar lo que le era imposible decir, el suicidio era una salida cómoda. Era otra versión del bloqueo del escritor. Pero una vez que sus personajes empezaron a dialogar -y el estudiante vio la importancia de debatir consigo mismo, de abrir su mente-, su obra se desarrolló. Las escenas se alargaron y la gente empezó a hablar. Su obra empezó a ser más accesible para otros. Durante un tiempo, al menos, pareció que el escritor había traspasado parte de su locura a sus personajes. Estaban más enfermos que él. La verdad es que los más sanos no suelen ser los más creativos. Como nos recordó Proust, "todo lo bueno que hay en el mundo procede de neuróticos. Disfrutamos de mil manjares intelectuales, pero no tenemos ni idea del precio que han pagado sus creadores, en noches de insomnio, lágrimas, risa espasmódica, erupciones, asma, epilepsia y el miedo a la muerte, que es peor que todo lo demás". Lo que me tranquilizaba era el entusiasmo de mi alumno, su empeño en el trabajo. Nuestras reuniones le proporcionaban una estructura útil. Creo que, si no hubiera tenido un profesor que le acompañase en el proceso, habría dado penosas vueltas sin fin y se habría aislado cada vez más. Su obra era una de las más extrañas e imaginativas que he leído, muy alejada del realismo romo y los convencionalismos que la mayoría de los estudiantes suelen considerar un trabajo imaginativo.

Algunos estudiantes tienen grandes fantasías sobre lo que es ser escritor, sobre los beneficios que creen que ser escritor les va a suponer. Eso despierta su deseo y les ayuda a comenzar. Pero, cuando se dan cuenta de lo difícil que es terminar una obra decente, escribir unas 15.000 palabras que merezcan la pena y, al mismo tiempo, se hacen a la idea de que es prácticamente imposible ganar mucho dinero con la escritura, experimentan un bajón, se van a pique, se desaniman y se sienten impotentes. La pérdida de una ilusión puede ser dolorosa, pero, si el alumno consigue superarla -si el profesor consigue mostrarle que su trabajo tiene cosas buenas y le ayuda a soportar la frustración a aprender a hacer algo difícil-, entonces hará mejores progresos.

Al final, el escritor aprende sobre todo de sí mismo, y siempre querrá evolucionar, encontrar nuevas formas para sus intereses. Si tiene suerte, mientras aprende a dar rienda suelta a su imaginación, editará y evaluará su propio trabajo. Eso no quiere decir, claro está, que nunca vaya a necesitar a nadie. Quizá prefiera ignorar a los demás, pero antes tendrá que escucharles, al mismo tiempo que continúa hablando.

Tomado de Babelia, suplemento de El País.

jueves, septiembre 09, 2010

La catástrofe

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Por Guillermo Vega Zaragoza


Empezará así:
el día menos pensado
te encontrarás con que ya no recuerdas mi rostro.
Querrás verlo en las fotos
donde estamos juntos,
pero yo habré desaparecido de ellas.
Luego desearás escuchar mi voz,
pero mi número ya no estará en tu teléfono.
Me buscarás en la guía y todo será en vano.
Después, me escribirás un correo
pero el servidor te responderá:
“no fue posible entregar el mensaje”.
Tampoco estaré ya entre tus redes.
Cualquier vestigio de las palabras
que escribí pensando en ti se habrá esfumado.

Vendrás a la ciudad a buscarme,
pero te perderás,
como acostumbras,
darás mil vueltas por las calles
y nunca encontrarás mi casa,
ésa en donde un día quise que te quedaras.
Te parecerá haberme visto
en lugares insólitos.
Me confundirás con otros hombres,
incluso con algunos que ni siquiera se me parezcan.
Pensarás haber escuchado mi voz detrás de ti,
diciéndote algún poema que ya no recuerdas.
Entonces sabrás que me has olvidado por completo.
Seguirás con tu vida ocupada y feliz.

Y un día,
también el menos pensado,
por casualidad,
te encontrarás con alguien
que tendrá mi nombre,
mi rostro, mi voz
y hasta la misma dirección,
y de súbito te acordarás de quién era,
pero él ya te habrá olvidado
después de tanto tiempo.

Sólo así,
hundiéndonos
en la catástrofe del olvido,
será posible enamorarnos
de nuevo.

miércoles, septiembre 08, 2010

Revista Toma: CIEN, DOSCIENTOS AÑOS. La Independencia, la Revolución y el cine

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Con su número duodécimo, la revista cine TOMA

celebra dos años de existencia

CIEN, DOSCIENTOS AÑOS
La Independencia, la Revolución y el cine

• Estrenos del cine mexicano en el Bicentenario: El Atentado, de Jorge Fons; Hidalgo: La historia jamás contada, de Antonio Serrano; El Infierno, de Luis Estrada; El baile de San Juan, de Francisco Athié, y Héroes verdaderos, de Carlos Kuri.

• Gratis, un encarte con el ensayo Historia y mitologías fílmicas, de Eduardo de la Vega Alfaro. Además, reflexiones sobre el uso político del cinematógrafo, el último antirreeleccionista, Morelos blanqueado y el Bicentenario fusilado.

• Fotofijas con imágenes poco conocidas del archivo de Salvador Toscano.

• Festivales: Morelia, DOCSDF y Short Shorts. Entrevistas con Rodrigo García y Luis Valdez.


El cinematógrafo no se había inventado en los años en que ocurrieron los levantamientos de Independencia en la Nueva España. Pero el cine sí qué ayudo –siglo y medio más tarde, a apuntalar e inventar la historia oficial del movimiento insurgente que ayudó a crear la República Mexicana, mediante filmes quizás no abundantes, pero sí representativos.
En cambio, durante el periodo de la Revolución Mexicana, la captura de imágenes en movimiento y su proyección ya era una atracción pública en los primeros años del siglo XX, y el aparato del cinematógrafo permitió la filmación de esos dramáticos eventos en cintas que permanecen como parte del patrimonio y del testimonio de la memoria colectiva del país. Además que muchos de esos héroes y sus causas han sido y son representados en numerosas ficciones fílmicas en diferentes momentos y décadas.

Las celebraciones patrias que conmemoran los doscientos años del inicio de la Independencia de México y el centenario de la Revolución Mexicana, permiten múltiples acercamientos, festejos y lecturas. Pero, sobre todo, dan pie y cabida a la reflexión profunda sobre la historia, pero también y muy específicamente, respecto al presente y al porvenir de la nación. Y el cine como reflejo, espejo y memoria de la sociedad, adquiere relevancia en todas estas tareas.
Justo a estas reflexiones, puntos de vista y polémicas sobre el momento histórico que vivimos y los dos que celebramos, se conforma el dossier central y el encarte del duodécimo número de cine TOMA, publicación bimensual de reflexión, análisis e información en torno al fenómeno cinematográfico en México y el resto del mundo, que circulará por el país durante septiembre y octubre.

A eso, a reflexionar sobre la relación del cine con esas dos guerras ocurridas hace cien y doscientos años –e incluso abordando la más actual, la del narco–, se dedican las páginas del dossier central del duodécimo número de cine TOMA, publicación bimestral de reflexión, análisis e información en torno al fenómeno cinematográfico en México y en el mundo, que circulará por todo el país durante septiembre y octubre de 2010.

Un largo ensayo, inédito, del investigador cinematográfico Eduardo de la Vega Alfaro, Historia y mitologías fílmicas. La representación de la Revolución Mexicana en el cine de ficción hecho en México, conforma la separata central del número y aborda, en diferentes periodos históricos (los albores, la institucionalización de la Revolución, los cuarenta, los cincuenta, el diazordacismo y el echeverrismo, así como los años recientes), la forma en cómo el movimiento armado ha sido representado por el séptimo arte.

La historiadora Verónica Zárate Toscano ofrece un acercamiento al impacto mediático del cinematógrafo en la sociedad mexicana y en líderes como Madero, Carranza, Villa y Zapata. El investigador Federico Serrano, por su parte, explica las razones históricas y literarias que llevaron a prohibir la cinta La sombra del Caudillo, de Julio Bracho, que retrata el asesinato del último antirreeleccionista. José Antonio Valdés ofrece, en líneas paralelas, la comparativa de un siglo de cine y de hechos políticos en México. El investigador Leopoldo Gaytán descubre algunas de las representaciones fílmicas que han blanqueado a José María Morelos, de origen negro e indio en el cine de Miguel Contreras Torres.

Una colección de imágenes del archivo de uno de los pioneros del cine en México, Salvador Toscano, integra la sección Fotofijas, y permite echar un vistazo al cine documental de la Revolución.

Además, el número 12 de cine TOMA realiza un acercamiento crítico a los estrenos producidos en la coyuntura de las conmemoraciones del Bicentenario en un acercamiento amplio escrito por Hugo Lara, quien se pregunta qué celebramos con esta profusa producción.

Y se ofrecen entrevistas con Jorge Fons, Irene Azuela, José María Yazpik y Julio Bracho a propósito del estreno de la cinta de época ubicada en el porfiriato, El Atentado; con Antonio Serrano, Demián Bichir y Ana de la Reguera, respecto a Hidalgo: La historia jamás contada, que revela facetas amorosas, teatrales e intelectuales del padre de la patria; la crítica mirada a la guerra del narco de Luis Estrada, director de El Infierno; los orígenes de la identidad nacional en pleno virreinato con El baile de San Juan, de Francisco Athié, y la historia oficial vuelta animación en Héroes verdaderos, de Carlos Kuri.

Además del dossier, se ofrecen contenidos diversos. El maestro Alfredo Joskowicz cumple con la sexta entrega de su recuento histórico sobre el paradigma en el cine documental, esta ocasión abordando la apertura que representó el video, la entrevista y el discurso ideológico de Latinoamérica. La sección Ensayo presenta las reflexiones de Víctor Ugalde sobre derechos humanos y culturales para la audiencia de cine en México. Se incluye asimismo un reportaje sobre la problemática de las locaciones en todo el país. Y se incluyen entrevistas con dos cineastas, el colombiano Rodrigo García por Madre e hija, y el chicano Luis Valdez, por Zoot Suit.

También se ofrece un recuento del festival Expresión en corto de Guanajuato, además de adelantos a la octava edición del de Morelia, al quinto DOCSDF y al Short Shorts Film Festival.

El duodécimo número de cine TOMA. Revista Mexicana de Cine, editada por PasodeGato, Ediciones y Producciones Escénicas, circulará durante septiembre y octubre del 2010 por todo el país, en locales cerrados como Sanborns, Caffé Caffé, librerías Educal y Gandhi.

Para entrevistas o mayor información, comunicarse a los teléfonos 56 88 92 32 y 56 88 87 56; al correo electrónico revistatoma@gmail.com,
o a las oficinas ubicadas en Eleuterio Méndez 11, Col. Churubusco-Coyoacán,
C. P. 04120 en la ciudad de México.

Los invitamos a visitar la bitácora en línea (revistatoma.wordpress.com), el sitio en Facebook (www.facebook.com/revista.toma) y en Twitter (twitter.com/cinetoma), así como la página Internet: www.pasodegato.com