sábado, septiembre 27, 2014

El periodista que quería hacer literatura (y le salió el tiro por la culata)


por Guillermo Vega Zaragoza

La polémica suscitada por la publicación del “texto periodístico de no ficción” (la descripción es del autor del mismo, Alejandro Sánchez González) titulado “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)” en la revista eme-equis número 337 de septiembre de 2014 (http://www.m-x.com.mx/2014-09-21/el-joven-que-tocaba-el-piano-y-descuartizo-a-su-novia-int/), involucra diversas aristas, de las cuales me abocaré a abordar someramente unas cuantas, pues el asunto es de suyo interesante y de pertinente discusión, por lo que no puedo agotarlo todo en estas líneas.

Primero, el más apremiante, que ha suscitado la indignación de un grupo de ciudadanos que han promovido a través de las redes sociales una carta abierta (http://www.change.org/p/retractaci%C3%B3n-p%C3%BAblica-de-alexsanchezmx-capacitaci%C3%B3n-a-emeequis-y-disculpa-a-familia-de-sandra?recruiter=157381000&utm_campaign=twitter_link_action_box&utm_medium=twitter&utm_source=share_petition) para exigir la “retractación pública y por escrito de Alejandro Sánchez González y una disculpa abierta para la familia de Sandra Camacho” (la mujer violada, asesinada y descuartizada por Javier Méndez en junio de 2013): el enfoque utilizado por el periodista donde, de acuerdo con los ciudadanos, está “narrado desde el punto de vista biográfico del feminicida, empatiza completamente con éste, envolviéndolo en un aura de romanticismo, victimizándolo y justificando la violencia de género y el feminicidio”, haciendo que “en todo momento la responsabilidad del asesinato recaiga en la víctima, retratándola de una manera deshumanizada, describiéndola insistentemente como una instigadora de su propia muerte y restando importancia siempre a la voluntad del asesino sobre sus acciones hasta el punto de prácticamente insinuar que él no cometió el crimen, pues no era ‘él mismo’ quien actuaba”.

En efecto, el periodista decidió contar la historia del asesinato de Sandra Camacho desde el punto de vista del asesino, que evidentemente tiene graves problemas psicológicos y de relación con sus semejantes, sobre todo con las mujeres. Al terminar de leer el texto se puede inferir que el periodista quiso explicar el contrasentido de que un joven que parecía tener todo para triunfar en la vida de repente se convirtiera en un asesino desalmado y calculador que tramó la desaparición del cadáver y luego trató de escapar adoptando otra identidad. El asunto es de evidente interés humano y periodístico, no cabe duda.

Sin embargo, el periodista se equivocó al abordar su material. Primero, adopta el punto de vista del asesino utilizando un narrador omnisciente en tercera persona que a veces se convierte en primera persona (disculpen ustedes los tecnicismos literarios, pero así es), cuya voz narrativa, apreciaciones, calificativos y consideraciones sobre los hechos se confunden con los del mismo asesino, al grado de hacer indistinguible dónde acaba el narrador y dónde empieza el asesino.

Tendré que citar para ejemplificar:

Descolocado, Javier siente cómo crece en su interior una molestia a medida que Sandra se burla de sus pretensiones, lo hostiga y hace que él, inexplicablemente, intente convencerla de que es verdad lo que le dice.

Es la primera vez que le ocurre algo así. Con ninguna de sus anteriores novias de colegio, como Noemí, Lizzeth o Brenda, le había pasado esto. La ansiedad crece. Le da coraje que una jovencita se burle de un modo tan cruel de algo especial, de los años de trabajo, de estudio, de los viajes, de los sacrificios que Javier ha hecho, de los desvelos, el poco descanso, de las privaciones.

Sandra no para, sigue riendo, como una niña chiquita que no tuviera corazón; se burla y se le acerca.

Javier reacciona. Se aleja de ella, quiere acabar con eso, pero no sabe cómo. Sandra lo jode, se le acerca otra vez, lo jode, lo molesta mucho. La desesperación se apodera de Javier. Está tan cerca. La quiere alejar, la empuja, ella tropieza y cae.

Al levantarse Sandra tiene un chichón en la cabeza, Javier lo nota y se asusta. Ella se da cuenta y comienza a gritar desaforadamente; él ni siquiera es capaz de distinguir lo que ella, fuera de control, le reclama. Sandra se abalanza sobre él, lo golpea y lo araña en la cara. El mundo, su pequeño mundo, se retuerce.

El trata de defenderse como puede. Es lo único que quiere. No le quiere pegar, sólo defenderse, pero la golpea en la cara. Ha sido un accidente. Pero ella grita más y más fuerte. Javier le dice que se calle, sus gritos son insoportables. Las uñas de Sandra rasgan levemente la piel del joven. Que se calle, por favor. Que se calle ya.

Javier no resiste más. La toma del cuello y caen al piso.

Nótese cómo toda la narración de los hechos se hace desde el punto de vista del agresor. Evidentemente el periodista no puede tener el de la mujer asesinada. ¿Qué tendría que haber hecho entonces? Algo muy sencillo: desmarcarse. Dejar muy pero muy claro para el lector cuáles son las consideraciones del asesino y cuáles las del narrador. Contado así como está, el lector asume que el narrador comulga y coincide con la perspectiva del asesino. Por ejemplo: ¿quién considera que los golpes y la caída de Sandra “han sido un accidente”? ¿El asesino o el narrador? ¿Ambos?

Si el así llamado “texto periodístico de no ficción” (más adelante veremos el galimatías que representa esta expresión) fuera un texto narrativo de ficción habría algún mérito en el autor, pues ha logrado meter al lector imperceptiblemente en la mente del asesino, en su visión del mundo. De eso se trata la narrativa literaria, el cuento o la novela, de meternos en un mundo ficticio y ver ese mundo desde los ojos de los personajes también ficticios que lo habitan.

Pero un texto periodístico es otra cosa. Los hechos no son inventados, sucedieron efectivamente. No se trata de meter al lector “en la mente del asesino”, sino de contar con la mayor precisión, exactitud y objetividad posibles cómo han sucedido los hechos, recurriendo a las diversas técnicas de investigación periodística (observación personal, investigación documental, entrevistas, etcétera), tratando de mantener un equilibrio entre las diversas interpretaciones de un hecho cuando hay visiones encontradas sobre el mismo. Los hechos son objetivos, sus interpretaciones no. Ese es el error fundamental, gravísimo, del periodista Sánchez González: colocó los hechos en un segundo plano y puso el énfasis en una interpretación particular, específica, interesada de los acontecimientos: la del asesino. Por ello sus interpretaciones sobre los hechos parecen comprometidas a los ojos de los lectores.

No me meteré a discutir la visión misógina, machista, justificadora del feminicidio con la que se ha señalado al texto y al periodista. Eso ha sido suficientemente analizado y denunciado por otras personas mejor de lo que yo lo podría hacer (por ejemplo: http://catalinapordios.com/2014/09/25/el-joven-que-descuartizo-a-su-novia-y-tocaba-el-piano/). Concuerdo en lo fundamental con ellas. Me interesa en cambio adentrarme en los vericuetos del llamado “periodismo narrativo” que se ha puesto de moda en Latinoamérica sobre todo, como actualización o sucesión de lo que en los años sesentas del siglo pasado Tom Wolfe bautizó como “nuevo periodismo”.

Básicamente, el periodismo narrativo es la utilización de técnicas tomadas de la literatura para contar historias reales de interés periodístico. El periodismo narrativo es, pues, una forma de presentar una investigación periodística, pero las técnicas para conseguir la información son, o deberían ser, las mismas, siempre. Como lo debería saber cualquier estudiante de periodismo, existen diversos géneros periodísticos, divididos fundamentalmente en dos: informativos y de opinión. En los primeros debe dominar la información pura y dura, los datos objetivos y verificables, además de procurar un equilibrio entre las partes involucradas cuando se trate de un conflicto (casi todos los hechos noticiosos parten de un conflicto). No se permite incluir la opinión abierta del periodista, pero sí su interpretación, y cuando lo haga tiene que ser explícita y clara para el lector. En los segundos, por el contrario, de lo que se trata precisamente es que el periodista interprete y opine sobre los hechos noticiosos. Lo que predomina es la subjetividad sustentada en hechos y argumentos. Existen géneros fronterizos, como la crónica (donde lo que importa es justamente la forma en que el periodista ve los hechos de los que es testigo y los interpreta), y el reportaje, el rey de los géneros periodísticos, donde se puede echar mano de todos los recursos y herramientas periodísticas.

Decíamos que eso de “texto periodístico de no ficción” es un galimatías porque el periodismo es siempre (o debería serlo) de no ficción, es decir, el periodismo trata de la realidad, de los hechos realmente ocurridos, no de las cosas creadas y existentes sólo en la imaginación de un escritor. Me imagino que la confusión del periodista proviene de querer emular lo que Truman Capote llamó “novela sin ficción” (non-fiction novel), es decir, “un libro que se leyera exactamente igual que una novela, sólo que cada palabra de él fuese rigurosamente cierta” (así se lo dijo Capote a Lawrence Grobel). Pero, ojo, Capote no quería hacer periodismo, quería hacer “una hazaña literaria”. La paradoja fue que le escamotearon el Pulitzer precisamente por considerarlo “comercial” y periodístico.

Como lo explico en un artículo reciente sobre este autor norteamericano (http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=781&art=16325&sec=Art%C3%ADculos), con A sangre fría Capote se enfrentó a algo que se ha visto pocas veces: que un artista se debata ante un verdadero dilema entre lo ético y lo estético. ¿Debía intervenir Capote para cambiar el destino de Perry Smith y Dick Hickock y que no fueran ejecutados, a expensas del final ideal para la novela? ¿Valía la pena tratar de evitar el sacrificio de dos vidas con tal de alcanzar un logro estético excepcional? Capote se jactaba de que “el gran logro de A sangre fría es que yo no aparezco ni una sola vez. En el libro nunca sale la palabra yo”. Es decir, que había desempeñado el papel de un ojo divino que sólo registraba los hechos. Pero en realidad, Truman Capote como persona también intervino en la historia que relataba; su presencia, su acción o inacción, afectaron de alguna manera el curso de los acontecimientos. A fin de cuentas, como cualquier novela, A sangre fría no deja de ser un relato de ficción, donde el artista —jugando a ser dios— decidió dejar muchas cosas fuera, diseccionando la realidad y acomodándola artificialmente para lograr un efecto estético.

Finalmente, Smith y Hickock fueron ejecutados e insistieron que Capote estuviera presente. Capote no terminó ninguna novela luego de A sangre fría. Se sentía exhausto. Se hundió cada vez más en el alcohol, las drogas y la vida disipada para tratar de aplacar los demonios que lo habitaban: “Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acabó conmigo. Antes de empezar yo era una persona bastante equilibrada. Luego, no sé qué me sucedió. Sencillamente es que no puedo olvidarlo, especialmente los ahorcamientos del final. ¡Espantoso! El recuerdo de todo aquello no deja de resonar en mi cabeza”.

Me he entretenido en contar esto (de ninguna manera comparo este “texto periodístico de no ficción” con la obra maestra de Capote), porque quiero poner énfasis en un asunto: el compromiso principal de la literatura es con la estética, no con la ética. Pero el periodismo no es literatura, es periodismo y su compromiso debe estar con la ética. El periodismo es una profesión de servicio social: informar a los ciudadanos de lo que sucede en su entorno de la manera más precisa, objetiva y clara posible. Y en un entorno tan enrarecido como el del México actual, donde campea la injusticia, la violencia, la corrupción, la impunidad y el lucro desmedido, el periodista no puede darse el lujo de no tomar partido a favor de los mejores valores sociales: la vida, la justicia, la tolerancia, la democracia.

¿Era necesario poner énfasis en las contradictorias condiciones del asesino y su víctima? ¿Era necesario ser tan maniqueo? ¿Para qué? ¿Para explicar cómo un joven inteligente y con un futuro promisorio estalló en un momento de psicosis y mató y descuartizó despiadadamente a una mujer a la que apenas conocía? ¿Los hechos no parecían suficientes al periodista como para transmitir la tragedia y conmover al lector? ¿Tenía que recurrir el periodista a sazonar el relato de los hechos con apreciaciones literarias fuera de lugar, de ínfima calidad, que no pasarían el filtro de un mediocre taller literario?

Por ejemplo, en los primeros párrafos:

Ella lo abraza con la determinación de quien se sujeta a un salvavidas en el mar. Él, de 19 años, piensa que ese es un momento romántico y lindo. Se siente ilusionado y a gusto. Qué importa que apenas la haya conocido unas dos semanas antes en las redes sociales.

Media hora después de que se desnudaron, el tono rojizo de la tarde empieza a anunciarse. Se visten y pasan al sillón de la sala, donde siguen platicando.

¿Cómo se leería el texto sin las paparruchas pseudoliterarias?:

Ella lo abraza apasionadamente. Él, de 19 años, piensa que ese es un momento romántico y lindo; se siente ilusionado y a gusto, no le importa que apenas la haya conocido unas dos semanas antes en las redes sociales.

Media hora después de haberse desnudado, se visten y pasan al sillón de la sala, donde siguen platicando.

Hechos, simples hechos, narrados sencillamente, y las apreciaciones atribuidas a quien corresponde.

El periodista informa al final de su texto que “todos los hechos descritos están basados en entrevistas y relatos de los protagonistas, expedientes judiciales, la evaluación sicológica, correos electrónicos y mensajes de celular”. Digo, es lo que hacen todos los periodistas serios, ¿no? Investigar. ¿Por qué curarse en salud? Ah, sí: “No vayan a pensar que todo me lo inventé yo”. Pues le resultó peor: por pretender que el periodismo satisfaga funciones que no le corresponden (por ejemplo, las erradas aspiraciones literarias de un periodista), un grupo de lectores críticos se han indignado con entendible razón por el equivocado y tendencioso tratamiento.

Lo que resulta más extraño es que un texto así, primero, haya sido escrito por un periodista galardonado como Alejandro Sánchez González, y segundo, publicado en una revista como eme-equis, que se ha distinguido por el alto nivel de sus reportajes, muy por encima de lo que habitualmente se publica en otros medios.

Y, a la distancia, uno piensa que todo hubiera sido tan fácil. Un simple trabajo de edición, de un buen editor, con criterio y gusto literario, que pusiera las cosas en su lugar.

Nunca estará de más repetirlo una y otra vez: el compromiso primordial del periodismo es con la ética. Perder de vista esto y confundirse es meterse en problemas, porque el horno no está para bollos.


PD1: A las pocas horas de haber escrito el presente texto, el periodista Alejandro Sánchez Gonzalez publicó su disculpa pública (http://www.m-x.com.mx/2014-09-27/a-la-familia-camacho-y-los-lectores-una-carta-de-alejandro-sanchez/) por haberse equivocado en el tratamiento del reportaje, esencialmente por las razones aquí expuestas, pero además por otra más grave: no explicar claramente que la familia de Sandra Camacho no quiso hablar. 

PD2: El 3 de octubre de 2014 el Consejo Rector de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que organiza el Premio GGM en cuya categoría de Cobertura para la edición 2014 Sánchez González había sido considerado como finalista por otro trabajo, dio a conocer un comunicado en el que se desmarca del reportaje donde afirma: 
"En nuestra opinión, el trabajo “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)” adolece de graves errores en el tratamiento periodístico, los que quedan en evidencia al presentar una versión unilateral sobre un acto de violencia criminal que le costó la vida a la joven Sandra Camacho en México.
 
"El texto en cuestión carece de rigor profesional, entre otras cosas, al omitir la identificación del origen de los testimonios en que se basa. El propio autor del reportaje ha reconocido sus errores en una carta de disculpa pública dirigida a “la familia Camacho y a los lectores”. 

"Los errores mencionados ponen en evidencia, además, fallas en el trabajo de edición de parte del responsable de la publicación. 

"En todas sus iniciativas y actividades la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) promueve la calidad del periodismo narrativo, entendiendo que ésta es inseparable del rigor en la investigación periodística y el apego irrestricto a los valores éticos. 
"Para la Fundación Gabriel García Márquez es imprescindible velar por la congruencia entre el apego a los valores éticos del periodismo, la excelencia narrativa y el rigor y precisión en los datos. 
"Instamos a los periodistas y editores a encauzar sus críticas e interrogantes sobre el problema que aquí se expone, para extraer las mejores lecciones de esta experiencia y evitar que se repita en el futuro. Todos debemos empeñarnos en mejorar la calidad del periodismo, y confiamos en que el Consultorio Ético de la FNPI será un excelente canal para seguir promoviendo este necesario debate permanente".


sábado, septiembre 06, 2014

Diez libros que me marcaron




En Facebook se soltó la cadena de pedir a diez amigos que enlistaran los diez libros que los han marcado. Pero alguien más sugirió que también se explicara el por qué. Aquí va mi lista y mis explicaciones.

1. Guillermo el proscrito de Richmal Crompton

Fue un libro que le dejaron leer a uno de mis hermanos mayores en la escuela y luego lo abandonó por ahí en un librero de la casa. Quizá fue el primer libro que leí completo en mi vida. Lo primero que me sorprendió fue que mi nombre apareciera en la portada. No tenía ni idea de qué significaba “proscrito”. Quizá al traductor le pareció demasiado fuerte la palabra “forajido” (outlaw) para ponerlo en el título de un libro juvenil.

Pero el tal Guillermo Brown del libro no tenía nada que ver conmigo, salvo la edad: se la pasaba bomba con sus cuates el Pelirrojo, Enrique y Douglas; se iba de pinta, era bien burro en la escuela, desobediente, bravucón, tragón y travieso. Una especie de Huckleberry Finn pero más guarro. Después supe que había toda una serie de libros con sus aventuras y que habían sido un éxito en España. Algunos de sus fans son Fernando Savater y Javier Marías. También me sorprendió que Richmal Crompton fuera mujer.

Lamentablemente ahora son libros olvidados. Algunos se pueden conseguir en librerías de viejo. Si los encuentran, regálenselos a sus hijos o sobrinos. Se van a divertir como locos.

2. Marcelino Pan y Vino de José María Sánchez Silva

Le debo a mi maestro de cuarto año de primaria, Miguel Ángel Alfonseca Cambre, el haberme convertido en lector empedernido. Tenía una manera sencilla de engatusarnos: en lugar de presentárnosla como un castigo, hacía pasar a la lectura como un premio. Durante la semana, nos dejaba montones de tarea, pero para el fin de semana nos dejaba leer un libro, sobre todo de esos de la colección Joyas Literarias Juveniles de Bruguera, que de un lado traían el texto y del otro una ilustración, tipo historieta. Uno podía escoger el que quisiera del amplio librero que había en el salón (estoy hablando de siglos antes de las onerosas “Bibliotecas de aula”). El lunes siguiente, la primera actividad en clase era contar lo que habíamos leído. Tan simple como eso: compartir lo que habíamos disfrutado.

El día que me tocó hablar, había leído Marcelino Pan y Vino. Confieso que aún no veía la película, pero la dichosa historia más que piadosa me pareció de terror. ¿Se imaginan que anden curioseando en un desván y de repente les hable el Hijo de Dios crucificado pidiéndoles comida? Incluso ahora de adulto, me cagaría del miedo. Figúrense de niño.

Por eso sostengo que la pedagogía de la lectura no tiene por qué estar sustentada en complicadas teorías. Tan fácil como decir: lean y luego me platican qué les gustó de lo que leyeron. La verdad no se me ocurre una forma más sencilla de inculcar la lectura en el aula, o como lo ha sostenido Juan Domingo Argüelles, uno de los grandes estudiosos del fenómeno del libro y la lectura en nuestro país: “Leer por gusto y por felicidad tendría que ser como nadar por los mismos motivos: no para competir en la alberca olímpica, sino por el disfrute de hacerlo; ni más ni menos”.


3. Cuentos para niños de León Tolstoi

Este me lo regaló mi hermano Jorge cuando tenía siete u ocho años. Creo que era de Editorial Progreso de Moscú. Tenía unas ilustraciones clásicas muy bonitas. Me impresionaron sobre todo dos cuentos: “Los dos amigos”, ése donde dos amigos van por el bosque y se encuentran un oso; uno de ellos sale corriendo despavorido y se sube a un árbol, mientras el otro se queda quieto en el suelo haciéndose el muerto. El oso lo olisquea y se va. El amigo baja del árbol carcajeándose y le pregunta: “¿Qué secreto te dijo el oso al oído?” El amigo le contesta: “Me dijo que los amigos que te dejan solo cuando los necesitas no son verdaderos amigos”.

El otro es “El hueso de la ciruela”: Vania (yo creía que era niña, pero así les dicen los rusos a los Iván) se come una ciruela del frutero del comedor. Para no dejar evidencia se come también el hueso. Su papá se da cuenta de la falta y pregunta a los niños quién fue. Como nadie dice nada, el papá dice que al que se comió el hueso le va a crecer un árbol en la panza. Vania echa a llorar, delatándose.

4. Nadie sale vivo de aquí de Daniel Sugerman y Jerry Hopkins

Es la primera biografía que se escribió sobre Jim Morrison. La leí cuando tenía 15 años. Lo he releído por lo menos unas 10 veces. Además del mito, me impresionaron sus hazañas intelectuales. Por ejemplo, retaba a sus amigos a tomar un libro de su librero, abrirlo en cualquier página y leer un fragmento. Si no les decía el autor y el título, él les invitaba las chelas. Nunca perdió. Por ese libro empecé a leer a Rimbaud, Baudelaire, Nietszche, Freud, Norman O. Brown. Supe que había algo más allá del rock y de la música. Que había cultura.

5. De perfil de José Agustín

Lo leí en la edición de la segunda serie de Lecturas Mexicanas de la SEP a los 18 años. Fue la primera novela donde los personajes hablaban como yo, pensaban como yo y tenían los mismos intereses que yo, a saber: la escuela, los amigos, el desmadre y las mujeres. Fue el primer libro que me hizo cerrarlo muy tarde en la noche para abrirlo de inmediato al despertar la mañana siguiente.

Alguna vez dijo José Agustín que la mejor crítica que le habían hecho acerca de un libro suyo fue la de un amigo al que le dio a leer La tumba, su primera novela, y le dijo: “Está muy bueno tu libro. Se me paró cuando lo estaba leyendo”. Igual me pasó con De perfil.


6. Muchacho en llamas de Gustavo Sainz

Aparecido en 1987. Yo tenía 20 años, estudiaba periodismo en la universidad, tenía aspiraciones de ser escritor algún día, pero mucha inseguridad y mucha incertidumbre: ¿tendré el talento o nomás me estaré haciendo chaquetas mentales y mejor me dedico a hacer otra cosa con mi vida? De alguna manera este libro, me salvo (o me condenó, según se quiera ver). Es el diario de un joven escritor, Sofocles Alejo Díaz (disculpen el albur, así se llama), que está escribiendo su primera novela y escribe en diarios y revistas sobre libros y cine. Es el diario de Sainz sobre lo que vivía cuando escribió Gazapo, su primera novela. Y tenía los mismos miedos y las mismas inseguridades que yo. Tengo mi ejemplar todo subrayado:

“Impulsos desesperados por escribir, pero ¿escribir qué? ¿Escribir aquí?
¿Escribir dónde? ¿Escribir cómo? Sólo impulsos: de ideas, nada…”
“Escribo porque soy demasiado débil. Si pudiera, si tuviera el valor suficiente agarraría un hacha y me lanzaría al mundo a repartir hachazos”.

Afortunadamente para ustedes y para el mundo, yo también soy muy débil y por eso escribo.

7. Nuevo recuento de poemas de Jaime Sabines

Antes de conocer la poesía de Sabines, pensaba, ingenuo de mí, que sólo era poesía lo rimado y con métrica (lo máximo para mí era Gustavo Adolfo Bécquer, go figure). Pero luego de leer al chiapaneco, me pasó lo que le debe haber pasado a muchos (y les seguirá pasando a otros durante años): “Ah, cabrón, a estos poemas sí les entiendo”. Desde luego, todo mundo tiene sus etapas tempranas de deslumbramiento y debe uno superarlas (hay quienes todavía no superan a Benedetti, por ejemplo), y de su poesía pasé a la de Efraín Huerta, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Nicanor Parra, Oliverio Girondo y Gonzalo Rojas, pero Sabines siempre ocupará un lugar especial en mi corazón de poeta amoroso y desdichado. De hecho, es la única persona que no era mi amigo ni de mi familia cuya muerte he llorado sinceramente.


8. La tumba sin sosiego de Cyril Connolly

Este es uno de los pocos libros que puedo considerar “de cabecera”. Lo leo, releo y vuelvo a leer, y siempre le descubro algo nuevo y luminoso. Es un ensayo misceláneo, fragmentario, sobre la literatura y la vida, pero no sólo eso (hagan de cuenta como un blog, pero más cabrón). Connolly fue uno de los grandes críticos de la literatura en lengua inglesa de la primera mitad del siglo XX, pero él mismo fracasó como novelista (de hecho, una de sus fallidas novelas se llama “Enemigos de la promesa”). Lamentablemente, es un libro casi inconseguible. Mi edición, que hizo la UNAM, es una de las mejores. Es un libro que todo escritor o aspirante a escritor debería de leer alguna vez para quitarse telarañas de la cabeza y dejarse de tonterías en cuanto a lo que implica dedicar la vida a escribir una obra que valga la pena. Aquí les dejo un par de sus párrafos iniciales:

"Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra finalidad tiene la menor importancia. Por obvio que esto sea, ¡qué pocos escritores serán los que lo admitan, o que, aun admitiéndolo, se sentirán dispuestos a dejar a un lado la labor de iridiscente mediocridad en la que se hallan empeñados! Los escritores siempre esperan que su próximo libro va a ser el mejor de ellos, pues no quieren reconocer que es su modo de vivir presente lo que les impide el crear nada mejor o diferente".

"Todas las incursiones en el periodismo la radio, la propaganda y el cine, por grandiosas que sean, están de antemano destinadas a la decepción. Poner lo mejor nuestro en estas formas es otra insensatez, pues con ello condenamos al olvido las buenas ideas lo mismo que las malas. En la naturaleza de tales trabajos está el no perdurar, así que nunca deberíamos emprenderlos. Los escritores enfrascados en cualquier actividad literaria que no presuponga el intento de crear una obra maestra son víctimas de sí propios y, a menos que estos autoaduladores se limiten a considerar aquellas actividades como su contribución al esfuerzo de guerra, tanto les valdría el pelar patatas".

9. Triste domingo de Ricardo Garibay

Fue el primer libro que leí del gran Garibay. Me sigue impresionando su capacidad para caracterizar a los personajes tan solo con el diálogo. Y el triángulo amoroso entre Alejandra, Salazar y Fabián es uno de los más trágicos de la literatura universal, o por lo menos así me pareció entonces. Aún me recuerdo leyéndolo enfebrecido ante varias tazas de café en el Sanborns de Insurgentes y Eugenia. Por cierto, siempre he creído que los libros que más te marcan son aquellos sobre los que incluso recuerdas en qué circunstancia te encontrabas cuando los estabas leyendo.

10. Delta de Venus de Anaïs Nin

Este me lo recomendó una maestra que tuve en la universidad. Gracias a ella conocí también la obra de Juan García Ponce. Y por Anaïs llegué a Henry Miller. Son cuentos eróticos (junto con los de otro libro que se llama Pájaros de fuego) que Anaïs escribió por encargo. Un anticuario de libros quería relatos eróticos para su lectura particular y se los encargó a Henry Miller, pero los que éste le entregó le parecieron muy cargados, así que Henry le pasó la chamba a Anaïs y el anticuario se quedó encantado y le pedía más y más. Lo incluyo en esta lista porque fue con el que conocí a una serie de autores que me revelaron que la literatura está íntimamente con la vida, con el deseo, con la pasión, que vida y literatura no son cosas separadas sino que están bien unidas, inseparables.