sábado, septiembre 06, 2014

Diez libros que me marcaron




En Facebook se soltó la cadena de pedir a diez amigos que enlistaran los diez libros que los han marcado. Pero alguien más sugirió que también se explicara el por qué. Aquí va mi lista y mis explicaciones.

1. Guillermo el proscrito de Richmal Crompton

Fue un libro que le dejaron leer a uno de mis hermanos mayores en la escuela y luego lo abandonó por ahí en un librero de la casa. Quizá fue el primer libro que leí completo en mi vida. Lo primero que me sorprendió fue que mi nombre apareciera en la portada. No tenía ni idea de qué significaba “proscrito”. Quizá al traductor le pareció demasiado fuerte la palabra “forajido” (outlaw) para ponerlo en el título de un libro juvenil.

Pero el tal Guillermo Brown del libro no tenía nada que ver conmigo, salvo la edad: se la pasaba bomba con sus cuates el Pelirrojo, Enrique y Douglas; se iba de pinta, era bien burro en la escuela, desobediente, bravucón, tragón y travieso. Una especie de Huckleberry Finn pero más guarro. Después supe que había toda una serie de libros con sus aventuras y que habían sido un éxito en España. Algunos de sus fans son Fernando Savater y Javier Marías. También me sorprendió que Richmal Crompton fuera mujer.

Lamentablemente ahora son libros olvidados. Algunos se pueden conseguir en librerías de viejo. Si los encuentran, regálenselos a sus hijos o sobrinos. Se van a divertir como locos.

2. Marcelino Pan y Vino de José María Sánchez Silva

Le debo a mi maestro de cuarto año de primaria, Miguel Ángel Alfonseca Cambre, el haberme convertido en lector empedernido. Tenía una manera sencilla de engatusarnos: en lugar de presentárnosla como un castigo, hacía pasar a la lectura como un premio. Durante la semana, nos dejaba montones de tarea, pero para el fin de semana nos dejaba leer un libro, sobre todo de esos de la colección Joyas Literarias Juveniles de Bruguera, que de un lado traían el texto y del otro una ilustración, tipo historieta. Uno podía escoger el que quisiera del amplio librero que había en el salón (estoy hablando de siglos antes de las onerosas “Bibliotecas de aula”). El lunes siguiente, la primera actividad en clase era contar lo que habíamos leído. Tan simple como eso: compartir lo que habíamos disfrutado.

El día que me tocó hablar, había leído Marcelino Pan y Vino. Confieso que aún no veía la película, pero la dichosa historia más que piadosa me pareció de terror. ¿Se imaginan que anden curioseando en un desván y de repente les hable el Hijo de Dios crucificado pidiéndoles comida? Incluso ahora de adulto, me cagaría del miedo. Figúrense de niño.

Por eso sostengo que la pedagogía de la lectura no tiene por qué estar sustentada en complicadas teorías. Tan fácil como decir: lean y luego me platican qué les gustó de lo que leyeron. La verdad no se me ocurre una forma más sencilla de inculcar la lectura en el aula, o como lo ha sostenido Juan Domingo Argüelles, uno de los grandes estudiosos del fenómeno del libro y la lectura en nuestro país: “Leer por gusto y por felicidad tendría que ser como nadar por los mismos motivos: no para competir en la alberca olímpica, sino por el disfrute de hacerlo; ni más ni menos”.


3. Cuentos para niños de León Tolstoi

Este me lo regaló mi hermano Jorge cuando tenía siete u ocho años. Creo que era de Editorial Progreso de Moscú. Tenía unas ilustraciones clásicas muy bonitas. Me impresionaron sobre todo dos cuentos: “Los dos amigos”, ése donde dos amigos van por el bosque y se encuentran un oso; uno de ellos sale corriendo despavorido y se sube a un árbol, mientras el otro se queda quieto en el suelo haciéndose el muerto. El oso lo olisquea y se va. El amigo baja del árbol carcajeándose y le pregunta: “¿Qué secreto te dijo el oso al oído?” El amigo le contesta: “Me dijo que los amigos que te dejan solo cuando los necesitas no son verdaderos amigos”.

El otro es “El hueso de la ciruela”: Vania (yo creía que era niña, pero así les dicen los rusos a los Iván) se come una ciruela del frutero del comedor. Para no dejar evidencia se come también el hueso. Su papá se da cuenta de la falta y pregunta a los niños quién fue. Como nadie dice nada, el papá dice que al que se comió el hueso le va a crecer un árbol en la panza. Vania echa a llorar, delatándose.

4. Nadie sale vivo de aquí de Daniel Sugerman y Jerry Hopkins

Es la primera biografía que se escribió sobre Jim Morrison. La leí cuando tenía 15 años. Lo he releído por lo menos unas 10 veces. Además del mito, me impresionaron sus hazañas intelectuales. Por ejemplo, retaba a sus amigos a tomar un libro de su librero, abrirlo en cualquier página y leer un fragmento. Si no les decía el autor y el título, él les invitaba las chelas. Nunca perdió. Por ese libro empecé a leer a Rimbaud, Baudelaire, Nietszche, Freud, Norman O. Brown. Supe que había algo más allá del rock y de la música. Que había cultura.

5. De perfil de José Agustín

Lo leí en la edición de la segunda serie de Lecturas Mexicanas de la SEP a los 18 años. Fue la primera novela donde los personajes hablaban como yo, pensaban como yo y tenían los mismos intereses que yo, a saber: la escuela, los amigos, el desmadre y las mujeres. Fue el primer libro que me hizo cerrarlo muy tarde en la noche para abrirlo de inmediato al despertar la mañana siguiente.

Alguna vez dijo José Agustín que la mejor crítica que le habían hecho acerca de un libro suyo fue la de un amigo al que le dio a leer La tumba, su primera novela, y le dijo: “Está muy bueno tu libro. Se me paró cuando lo estaba leyendo”. Igual me pasó con De perfil.


6. Muchacho en llamas de Gustavo Sainz

Aparecido en 1987. Yo tenía 20 años, estudiaba periodismo en la universidad, tenía aspiraciones de ser escritor algún día, pero mucha inseguridad y mucha incertidumbre: ¿tendré el talento o nomás me estaré haciendo chaquetas mentales y mejor me dedico a hacer otra cosa con mi vida? De alguna manera este libro, me salvo (o me condenó, según se quiera ver). Es el diario de un joven escritor, Sofocles Alejo Díaz (disculpen el albur, así se llama), que está escribiendo su primera novela y escribe en diarios y revistas sobre libros y cine. Es el diario de Sainz sobre lo que vivía cuando escribió Gazapo, su primera novela. Y tenía los mismos miedos y las mismas inseguridades que yo. Tengo mi ejemplar todo subrayado:

“Impulsos desesperados por escribir, pero ¿escribir qué? ¿Escribir aquí?
¿Escribir dónde? ¿Escribir cómo? Sólo impulsos: de ideas, nada…”
“Escribo porque soy demasiado débil. Si pudiera, si tuviera el valor suficiente agarraría un hacha y me lanzaría al mundo a repartir hachazos”.

Afortunadamente para ustedes y para el mundo, yo también soy muy débil y por eso escribo.

7. Nuevo recuento de poemas de Jaime Sabines

Antes de conocer la poesía de Sabines, pensaba, ingenuo de mí, que sólo era poesía lo rimado y con métrica (lo máximo para mí era Gustavo Adolfo Bécquer, go figure). Pero luego de leer al chiapaneco, me pasó lo que le debe haber pasado a muchos (y les seguirá pasando a otros durante años): “Ah, cabrón, a estos poemas sí les entiendo”. Desde luego, todo mundo tiene sus etapas tempranas de deslumbramiento y debe uno superarlas (hay quienes todavía no superan a Benedetti, por ejemplo), y de su poesía pasé a la de Efraín Huerta, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Nicanor Parra, Oliverio Girondo y Gonzalo Rojas, pero Sabines siempre ocupará un lugar especial en mi corazón de poeta amoroso y desdichado. De hecho, es la única persona que no era mi amigo ni de mi familia cuya muerte he llorado sinceramente.


8. La tumba sin sosiego de Cyril Connolly

Este es uno de los pocos libros que puedo considerar “de cabecera”. Lo leo, releo y vuelvo a leer, y siempre le descubro algo nuevo y luminoso. Es un ensayo misceláneo, fragmentario, sobre la literatura y la vida, pero no sólo eso (hagan de cuenta como un blog, pero más cabrón). Connolly fue uno de los grandes críticos de la literatura en lengua inglesa de la primera mitad del siglo XX, pero él mismo fracasó como novelista (de hecho, una de sus fallidas novelas se llama “Enemigos de la promesa”). Lamentablemente, es un libro casi inconseguible. Mi edición, que hizo la UNAM, es una de las mejores. Es un libro que todo escritor o aspirante a escritor debería de leer alguna vez para quitarse telarañas de la cabeza y dejarse de tonterías en cuanto a lo que implica dedicar la vida a escribir una obra que valga la pena. Aquí les dejo un par de sus párrafos iniciales:

"Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra finalidad tiene la menor importancia. Por obvio que esto sea, ¡qué pocos escritores serán los que lo admitan, o que, aun admitiéndolo, se sentirán dispuestos a dejar a un lado la labor de iridiscente mediocridad en la que se hallan empeñados! Los escritores siempre esperan que su próximo libro va a ser el mejor de ellos, pues no quieren reconocer que es su modo de vivir presente lo que les impide el crear nada mejor o diferente".

"Todas las incursiones en el periodismo la radio, la propaganda y el cine, por grandiosas que sean, están de antemano destinadas a la decepción. Poner lo mejor nuestro en estas formas es otra insensatez, pues con ello condenamos al olvido las buenas ideas lo mismo que las malas. En la naturaleza de tales trabajos está el no perdurar, así que nunca deberíamos emprenderlos. Los escritores enfrascados en cualquier actividad literaria que no presuponga el intento de crear una obra maestra son víctimas de sí propios y, a menos que estos autoaduladores se limiten a considerar aquellas actividades como su contribución al esfuerzo de guerra, tanto les valdría el pelar patatas".

9. Triste domingo de Ricardo Garibay

Fue el primer libro que leí del gran Garibay. Me sigue impresionando su capacidad para caracterizar a los personajes tan solo con el diálogo. Y el triángulo amoroso entre Alejandra, Salazar y Fabián es uno de los más trágicos de la literatura universal, o por lo menos así me pareció entonces. Aún me recuerdo leyéndolo enfebrecido ante varias tazas de café en el Sanborns de Insurgentes y Eugenia. Por cierto, siempre he creído que los libros que más te marcan son aquellos sobre los que incluso recuerdas en qué circunstancia te encontrabas cuando los estabas leyendo.

10. Delta de Venus de Anaïs Nin

Este me lo recomendó una maestra que tuve en la universidad. Gracias a ella conocí también la obra de Juan García Ponce. Y por Anaïs llegué a Henry Miller. Son cuentos eróticos (junto con los de otro libro que se llama Pájaros de fuego) que Anaïs escribió por encargo. Un anticuario de libros quería relatos eróticos para su lectura particular y se los encargó a Henry Miller, pero los que éste le entregó le parecieron muy cargados, así que Henry le pasó la chamba a Anaïs y el anticuario se quedó encantado y le pedía más y más. Lo incluyo en esta lista porque fue con el que conocí a una serie de autores que me revelaron que la literatura está íntimamente con la vida, con el deseo, con la pasión, que vida y literatura no son cosas separadas sino que están bien unidas, inseparables.

3 Comments:

Blogger Alexander Strauffon said...

¿Y Hesse? ¿No lo quisiste incluir?

4:44 a.m.  
Blogger Guillermo Vega Zaragoza said...

Fijate que a Hesse ya lo leí mayor y no como debe de ser, en la adolescencia. Y me faltó incluir Pedro Páramo, pero nomás eran 10 y ese lo ha leido todo mundo.

1:53 p.m.  
Blogger Zereth said...

Excelente lista!!!

Tengo 8 opciones anotadas listas para ir a buscarlas a la librería.


2:36 p.m.  

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