lunes, marzo 30, 2015

Los mil rostros de Elena Garro



Elena Garro le sigue el paso a Gabriel García Márquez


LOS MIL ROSTROS DE ELENA GARRO
por Guillermo Vega Zaragoza

Cuando apareció la noticia, el pasado 13 de julio (de 2006), de que el Instituto de Acceso a la Información Pública (IFAI) daría a conocer documentos en los que se comprobaba que la escritora Elena Garro fue “informante” del gobierno federal durante cerca de ocho años (de 1962 a 1970), no pude dejar de acordarme de una frase pronunciada por el personaje de la película Atrápame si puedes (Catch me if you can), de Steven Spielberg, protagonizada por Leonardo DiCaprio: “La gente cree lo que le dices”.

Esta cinta está basada en la vida de un personaje real, Frank Abagnale Jr., quien antes de los 21 años se había convertido en el defraudador bancario más buscado por el FBI, y no sólo eso: se había hecho pasar por piloto de aviones comerciales, médico y abogado litigante. Todo gracias a su poder natural de persuasión. Es decir, actuaba con tanta seguridad que la gente le creía todo. Pero Abagnale tenía un talento adicional: sabía distraer a su interlocutor, cuando éste empezaba a sospechar, con comentarios o relatos que no venían a cuento. Finalmente, Abagnale fue capturado y encarcelado, pero años después el propio FBI le propuso colaborar con ellos para atrapar a otros defraudadores menos capaces que él.

Todos aquellos que la conocieron y trataron, sin excepción, coinciden en afirmar que la de Elena Garro era una inteligencia excepcional, además de su talento literario, que está fuera de toda duda, pues para muchos es la mejor escritora mexicana del siglo XX. Son numerosos los testimonios de quienes la conocieron cuando, muy joven, se casó con Octavio Paz y los deslumbraba con su agudeza y su capacidad crítica, lo que para muchos provocó los celos del propio Paz, quien no soportaba que nadie, ni siquiera su esposa, le hiciera sombra. El carácter explosivo, apasionado y contradictorio de Elena también debió contribuir al rompimiento del matrimonio con el poeta.

Son bien conocidas también las cambiantes posiciones políticas de Elena Garro. Dice René Avilés Fabila: “Las grandes confusiones ideológicas y sus miedos fueron sus peores enemigos”. Si bien al principio estuvo cerca del Movimiento Estudiantil del 68, tiempo después renegó públicamente de sus dirigentes en un célebre texto: “Yo culpo a los intelectuales de cuanto ha ocurrido. Esos intelectuales de extrema izquierda que lanzaron a los jóvenes estudiantes a una loca aventura, que ha costado vidas y provocado dolor en muchos hogares mexicanos. Ahora, como cobardes, esos intelectuales se esconden… Son los catedráticos e intelectuales izquierdistas los que los embarcaron en la peligrosa empresa y luego los traicionaron. Que den la cara ahora. No se atreven. Son unos cobardes…”

La verdadera caída en desgracia de Elena Garro comenzó cuando supuestamente acusó a intelectuales como Luis Villloro, Leopoldo Zea, Rosario Castellanos, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Víctor Flores Olea, José Luis Cuevas, Leonora Carrington, Emmanuel Carballo y al mismísimo Octavio Paz (que entonces era embajador de México en la India y renunció en protesta por la matanza del 2 de octubre), de ser los instigadores de la “conjura comunista” detrás del movimiento estudiantil.

Su amigo, el crítico Emmanuel Carballo trató de explicar cuáles pudieron haber sido las razones por las que Elena Garro realizara acciones de “espionaje”, según los documentos del IFAI: “Ella era una mujer acostumbrada a la buena vida, entonces, cuando se separa de Octavio, necesita dinero para mantener su estilo de vid e imagino que fue cuando entró en alguna negociación con el gobierno, que, a cambio de ayudarla económicamente, le exigía información”.

Luego de que se dieran a conocer estos documentos “clasificados” sobre Elena Garro, su biógrafa oficial, Patricia Rosas Lopátegui, afirmó en los diarios que se trataba de “calumnias e injurias”, para “desviar la atención pública del fraude electoral”, así como de “amenazar a los intelectuales de izquierda” que apoyaban a Andrés Manuel López Obrador.

La misma Rosas Lopátegui publicó en la revista Proceso del 16 de julio de 2006 el testimonio de Helena Paz Garro, quien trata de aclarar el asunto con un confuso e intrincado relato de las andanzas de ambas en aquellos aciagos días. Elena Garro y su hija Helena Paz Garro pocas veces se separaron; podría decirse que eran como una célula, indivisibles, y aunque eran dos personas diferentes es muy probable que compartieran la misma visión de las cosas que les sucedían.

Por eso llama la atención que Helena Paz Garro haga tantas digresiones y dé tantas vueltas para relatar los hechos. Ella misma lo reconoce: “Son tantas las cosas que te tengo que contar que me voy por las ramas”. Resulta sorprendente su capacidad para colocar en el mismo nivel de importancia asuntos como las conversaciones que tuvieron con Fernando Gutiérrez Barrios, entonces temible director federal de Seguridad, y cómo dejaron sin comer al perro y al gato; cómo estaban prácticamente sitiadas por agentes judiciales y la marca del vestido que portaba, si traía maquillaje o si había ido al peinador. O la reunión de Helena Paz con Gustavo Díaz Ordaz, quien se maravilla de que ella lleve anotados los puntos que quería tocar con él en un “acordeón”, pero que luego el Presidente le diga: “¿Qué se le ofrece?” y ella no le pida nada, a pesar de que, confiesa, “yo lo único que quería era recuperar mi casa de París que mi papá nos había quitado”.

Si tan sólo nos atuviéramos a este testimonio, encontramos una capacidad de fabulación excepcional. ¿Quién puede asegurar que Elena Garro, con la inteligencia que todos le atribuyen y reconocen, decidiera jugar al “agente doble” con el gobierno, para, como dice Carballo, obtener apoyo económico? ¿Que quieren nombres y direcciones? Ahí están. ¿Quieren teléfonos y números de pasaportes? Tengan. ¿Quieren relatos de conjuras, complots e intrigas? Qué me dura John LeCarré. Entre los documentos dados a conocer por el IFAI se encuentra un memorandum de la CIA en el que se relata una larga charla en la que Elena Garro confiesa un encuentro incidental con Lee Harvey Oswald, el presunto asesino de John F. Kennedy, ni más ni menos.

A propósito escribió Javier García-Galiano: “Trato de imaginar las fichas concebidas por Elena Garro y sé que serían pequeñas obras maestras de la literatura y que conformarían una crónica peculiar de aquella época. Lamentablemente, sospecho que no existen, por lo que acaso habrá que pergeñar sus apócrifos”.

Sin embargo, la triste realidad es otra: es muy probable que Elena Garro haya querido utilizar a todo mundo, y al final terminó siendo utilizada por el sistema como víctima exculpatoria. Después del 68, Garro y su hija Helena se exiliaron. Finalmente pudieron regresar, pero vivieron en condiciones precarias. Hasta el fin de sus días, Elena Garro clamó por el reconocimiento literario que siempre le escamotearon, pero murió en 1998, a los 77 años.

Ojalá todo este escándalo sirviera para que el público regresara los libros de Elena Garro, a que se repusieran sus obras de teatro, a que se revalorara su talento y su aportación a la literatura mexicana y universal, pero eso no le interesa a los medios ni al público. Qué lástima.

(Publicado en la revista Paso de Gato, Marzo 2007)